¡Pues hoy el día empezó con resaca… sin haber bebido ni una gota! La culpa fue de los humanos fiesteros nocturnos, no mía, que mi droga más dura es el olor a queso.
Anoche nos acostamos en nuestro idílico rinconcito junto al canal, convencidos de que tendríamos concierto de grillos y sueño de postal. Ja. Nada más meternos en la cama, aparecieron dos coches cargados de juventud ruidosa. El “aparcamiento” apenas tiene sitio para cuatro coches, pero ellos lo convirtieron en discoteca, bar improvisado y circuito de arranques de motor. Música alta, voces más altas todavía y conversaciones que podrían haberse oído desde Marte. No se marcharon hasta las tres y media de la madrugada. Cuando por fin recuperamos el silencio, yo tuve que salir dos veces a hacer pipí y popó, porque si no descanso, tampoco descansa mi esfínter.
Por la mañana el paisaje era de posguerra: latas, bolsas, papeles y demás reliquias humanas tiradas por todas partes. Papi estaba dispuesto a recogerlo todo, no porque le haga ilusión hacer de basurero voluntario, sino porque no quiere que la gente piense que quienes viajamos en cámper somos guarros o invasores del campo. Lo hace para evitar que otros paguen por culpa de cuatro nocturnos cochinos. Pero antes de que pudiera arremangarse, se adelantaron unos paseantes madrugadores que vinieron a limpiar el estropicio. Así que él se limitó a agradecer por dentro y guardar su bolsa de basura para otro día.
Salimos cerca del mediodía, medio dormidos pero operativos. Primera parada: Leroy Merlin. A papi le picó el instinto de bricolaje y compró una pieza para mejorar la estanqueidad de la cámper, que cuando llueve parece que viajemos dentro de un submarino con goteras.
Después nos dirigimos a Rennes, capital de Bretaña y ciudad grandecita, con más de 200.000 habitantes. Al ser domingo, aparcar fue pan comido y encima gratis, justo al lado del centro. Empezamos a explorar a pie cruzando el puente sobre el canal d’Ille-et-Rance, que conecta Saint-Malo con el río Vilaine y le da a la ciudad un aire de Venecia bretona pero con menos góndolas y más joggers.
Callejeando llegamos a las antiguas Portes Mordelaises, una entrada medieval con murallas y torres que parecen sacadas de un cuento. Luego vimos la catedral de Saint-Pierre: papi entró a curiosear por dentro mientras yo lo esperaba en la puerta, supervisando el tránsito de turistas. El interior es elegante y enorme, con mucho dorado y columnas que huelen a siglos de rezos.
El casco antiguo es una maravilla de casas entramadas de madera, muchas inclinadas como si hubieran apoyado demasiado el codo en la barra. Después caminamos por las calles comerciales, que aunque estaban cerradas por ser domingo seguían llenas de gente paseando y mirando escaparates como si las tiendas se abrieran por sugestión.
También pasamos por la plaza del Parlamento de Bretaña, con su edificio señorial y cara de “aquí se han firmado decisiones importantes y chismes aristocráticos”. Más adelante vimos el Palais du Commerce, imponente, serio y con arquitectura de “ven a pagar tus impuestos pero con estilo”. En la Place de la République el ambiente era tranquilo, con tranvía, bancos soleados y humanos en versión paseo dominguero. Terminamos la ruta en la place des Lices, donde están las naves del mercado, cerradas por ser domingo pero con pinta de oler a pan y queso en días laborables.
Después de dos horas de trote urbano volvimos al coche y seguimos carretera. Paramos casi una hora más tarde en el aparcamiento de un cementerio para comer en la cámper, porque pocos sitios hay más silenciosos que uno lleno de muertos tranquilos. Luego en Bouzeille paramos en un área de autocaravanas para coger agua. No había nadie, estaba cerrado por obras forestales, pero el grifo seguía vivo y colaborador.
Un rato después llegamos al lugar elegido para dormir: un bosque de robles junto a unos estanques de pesca. Estamos completamente solos, sin fiesteros ni coches, y el sitio huele a madera, musgo y calma. Solo hay una amenaza natural: las bellotas. Cuando caen del árbol y golpean el techo de la cámper suena como si nos dispararan con pistolas de perdigones. Cada vez que cae una, papi da un bote y yo ladro al cielo como si vinieran los invasores. Pero comparado con los discotequeros de anoche, esto es un spa auditivo.
Si los árboles no nos bombardean mucho, esta noche sí dormimos como toca. Y si no, pues ya tenemos anécdota para mañana.
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