Día 149:

 

Saumur – Rigny-Ussé

Castillos, cuevas y un Loira solo para nosotros

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No todos los despertares junto a un río son iguales. Algunos huelen a humedad, otros a aventura… y el de hoy olía a lo segundo con un toque de pan tostado imaginario. Después del paseo matutino reglamentario y mis estiramientos de perro yogui, nos subimos al coche. Quince minutos más tarde estábamos aparcados gratis (sí, GRATIS, que para papi eso es como encontrar trufas) junto a un cuartel militar en Saumur. Yo no ladré a ningún soldado, que últimamente practico la diplomacia internacional.

El centro de Saumur nos recibió con sol, silencio y tiendas cerradas por culpa de esa costumbre francesa de comerse el mediodía con siesta incluida. Paseamos por calles peatonales bonitas y tranquilas, y cruzamos el famoso puente sobre el Loira, el Pont Cessart, que lleva siglos viendo barcos, guerras y perros curiosos como yo. Luego vimos el teatro, fachadas elegantes y plazas sin ruido, como si todo el mundo se hubiese escondido detrás de un croissant.

Y entonces… escaleras. Muchas. Mi papi decidió que el castillo de Saumur no se iba a subir solo. Así que hala, para arriba. Yo, con mis cuatro patas todoterreno, bien; él, con sus dos piernas de humano vibrador, más lento. Pero cuando llegamos arriba: ¡guau multiplicado por mil! El castillo es como si alguien hubiese pedido un castillo de cuento por catálogo medieval. Torres puntiagudas, murallas, jardines y unas vistas del Loira que daban ganas de declararse duque de los chuchos viajantes. No entramos (creo que no se puede o a lo mejor era por no pagar, ejem), pero dimos la vuelta por todo el exterior como si estuviéramos inspeccionando fortificaciones.

Bajamos, volvimos al coche y comimos allí mismo. Yo me eché mi siesta reglamentaria mientras papi hacía ruidos de humano satisfecho.

Después, carretera corta hasta Turquant. Aparcamos bajo los árboles y paseamos entre casas trogloditas que parecían salidas de Capadocia versión francesa. Cuevas convertidas en talleres, viviendas metidas bajo la roca, galerías escondidas… muy de trogloperro elegante. Nos gustó el aire tranquilo y misterioso del sitio.

Luego coche otra vez. Pasamos por Montsoreau, que tenía pinta de postal pero ni frenamos. Aparcamos en Candes-Saint-Martin, y otra caminata. El pueblo es precioso, medieval sin pretensiones y lleno de rincones para olisquear. Subimos al mirador panorámico por un camino empinado que parecía diseñado por cabras con vocación de escaladoras. Allí arriba hay media torre… literalmente. La llaman la “Tour de la Herpinière”, pero parece la mitad de lo que fue, como si alguien se hubiera llevado el resto en una mudanza. Desde allí el río y las casas parecían de maqueta.

Después de casi una hora más de callejear, tocó volver a las ruedas. Rumbo este. Pasamos cerca de la central nuclear de Chinon, ese bloque gigantezote de EDF que desentona en mitad del paisaje como un mutante en una fiesta medieval.

Queríamos dormir en algún rinconcito natural del Loira, y opciones había miles. El primer lugar que vimos en park4night prometía mucho… hasta que llegamos y aquello era prácticamente la Comic-Con de los pescadores. Entonces papi activó el modo sabueso de escondites y encontramos otro sitio mejor: una orilla escondida, casi secreta, sin nadie alrededor, con intimidad máxima y rumor de agua. El Loira delante, árboles alrededor y yo sintiéndome el lobo alfa de Francia occidental.

Aquí nos quedamos. Si mañana nos comen los castores, al menos dormiremos como reyes.

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