Día 130: Lissava - Dunmore

Castillos, ruinas y un parque con manzanas para un final feliz.

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La noche en el bosque de Scaragh fue tranquila como un bostezo largo, salvo por algún coche despistado que pasó por la carretera cercana. Nada que molestara demasiado. Papi Edu estaba tan contento con el lugar que le dio cinco estrellas en Park4Night. Yo creo que lo de las estrellas lo inventaron para calificar huesos, pero bueno, cada humano con sus rarezas.

Salimos pasadas las once y en diez minutos ya estábamos en Cahir. Aparcamos en el SuperValu, que tiene parking gratis, en lugar del aparcamiento de pago del castillo. Planazo: visitar el castillo.

En la entrada vimos un pictograma azul con un perro atado con correa. ¡Guau, pensé yo, estoy invitado! Pero no. Resulta que solo aceptan perros guía y de asistencia. Pues nada, me di media vuelta con la cola baja y regresé a la cámper, como un príncipe desterrado de su propio reino.

Papi Edu y tito Joan entraron, y cuando volvieron estaban maravillados. Cahir Castle es uno de los castillos mejor conservados de Irlanda. Lo construyeron en el siglo trece y resistió asedios, cañonazos y enfados históricos sin venirse abajo. Está en una isla del río Suir, lo que lo hacía más difícil de conquistar. Dicen que las torres y murallas parecen sacadas de una película medieval, aunque a mí lo que me interesaba era el pato que nadaba feliz justo al lado. Ellos pasaron unos tres cuartos de hora dentro, explorando salas, patios y murallas.

Seguimos viaje y media hora más tarde llegamos a Cashel. Aparcamos en el parking de pago de la Rock of Cashel, aunque no ponía por ningún lado cuánto costaba. Misterio resuelto al final: cuatro euros con cincuenta. No es barato, pero tampoco es un dragón custodiando el oro.

Yo me quedé en la cámper mientras papi Edu y tito Joan subieron a ver las ruinas. La Rock of Cashel es un conjunto impresionante, en lo alto de una colina que domina toda la llanura. Allí estuvieron los reyes de Munster antes de que San Patricio llegara y, según cuentan, usó un trébol para explicar la Santísima Trinidad. El conjunto tiene una catedral medieval, una torre redonda del siglo doce y la capilla de Cormac, una joya románica. Ellos estuvieron una hora recorriéndolo y al volver me dijeron que había sido precioso, aunque algo ventoso.

Comimos en la cámper, ya en un aparcamiento cercano, y luego pusimos rumbo a Kilkenny. El viaje duró aproximadamente una hora. Llegamos a las seis y media, justo cuando el aparcamiento en la ciudad ya era gratis.

Exploramos el centro a pie, disfrutando del ambiente de un sábado por la tarde. Había movimiento, risas, grupos de jóvenes y familias, pero sin llegar a ser un caos. Visitamos la Black Abbey, un monasterio dominico con siglos de historia, y la catedral de St. Canice. Solo la vimos por fuera, pero impone: una catedral gótica del siglo trece, con una torre redonda de treinta metros que aún se puede escalar. Imagina las vistas. Yo la miraba pensando: “Si me dejan subir, seguro que desde allí huelo a todos los gatos de la ciudad”.

Casi a las ocho volvimos al coche y conducimos diez minutos hacia el norte hasta el aparcamiento del Kilkenny Biodiversity and Recreation Countryside Park. Es un sitio estupendo, amplio, con solo otra autocaravana. Perfecto para descansar.

Pero antes de recogerme, encontré mi paraíso: pequeñas manzanas caídas de unos arbustos. Eran pelotas verdes perfectas para jugar. Yo corría, las empujaba con el hocico, las cazaba en el aire. Papi Edu y tito Joan se reían mientras yo me volvía loco con mi tesoro improvisado.

Así terminó el día: entre castillos medievales, catedrales góticas y un perro feliz con sus manzanas.

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