Día 116

Undredal - Flåm - Aurlandsfjellet

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Por la noche, ningún vikingo enfadado vino a echarnos del sitio de pernocta en Undredal. Así que dormimos del tirón, con el río cantando de fondo y las montañas vigilando nuestro sueño.

A la mañana siguiente, o mejor dicho, ya bien entrado el mediodía, nos dimos un paseo por el pueblo. Undredal es pequeño, pero tiene mucho encanto: casitas de madera apretadas entre las montañas y el fiordo, una tiendecita de quesos (famosísimos por aquí) y la iglesia de madera más pequeña de Escandinavia. No nos llevó mucho tiempo recorrerlo todo, y entre foto y foto, casi me ofrecí de modelo oficial para postales locales.

Luego subimos a la cámper y pusimos rumbo a Flåm. Aparcamos fuera del pueblo, en el aparcamiento de Brekkefossen, que suele ser para la gente que quiere subir a la cascada homónima. Brekkefossen es una caminata bastante empinada pero corta, con vistas al valle, aunque nosotros esta vez pasamos: preferimos un paseo más tranquilo.

Fuimos caminando por el valle hacia la iglesia de Flåm. El camino es muy agradable, entre prados verdes y ríos cantarines. Eso sí, tuvimos que esquivar auténticas hordas de turistas en bicicleta, recién desembarcados de un crucero que había atracado en el puerto. A alguno casi le da algo pedaleando cuesta arriba.

Después de la caminata volvimos a la cámper, comimos tranquilamente, y luego nos preparamos para el plato fuerte del día: el Flåmsbana. Es un tren turístico que sube desde el nivel del mar en Flåm hasta Myrdal, a más de 850 metros de altura, por una de las líneas ferroviarias más empinadas del mundo. Eso sí, si no quieres ir como sardina en lata, es fundamental no coincidir con las avalanchas humanas de los cruceros. Papi Edu lo tenía todo calculado: el único crucero salía a las 4 y nuestro tren también salía a esa hora. ¡Plan maestro!

El tren es muy pintoresco, con túneles, cascadas y valles espectaculares. Eso sí, 65 eurazos por el billete duelen un poco, pero ya sabemos que en Noruega hasta respirar parece de pago. Lo mejor de todo: ¡los perros como yo son bienvenidos sin problema! Durante el trayecto paramos en una cascada donde montan un pequeño espectáculo: aparece una chica disfrazada de Huldra (un espíritu de la mitología nórdica) bailando al ritmo de música épica. No voy a mentir: entre el playback y el disfraz barato, daba más risa que misterio.

Sobre las seis de la tarde estábamos de vuelta en Flåm. Recuperamos la cámper y pusimos rumbo a la siguiente aventura. Aunque podríamos haber tomado el famoso Lærdalstunnelen (el túnel de carretera más largo del mundo, con sus 24,5 kilómetros interminables), decidimos ir por la vieja carretera de montaña: la Gamle Aurlandsvegen.

La subida es preciosa, llena de curvas, laguitos y ovejas que pastan a su aire. Hicimos una primera parada corta en el mirador de Aurlandsvangen, con vistas sobre el fiordo, y luego una parada más seria en Stegastein, un mirador impresionante con una pasarela de madera y acero que se lanza al vacío sobre el cañón. Asomarse da un poco de vértigo, pero las vistas lo compensan todo.

Seguimos subiendo todavía un poco más y, tras media hora de coche, encontramos sitio para dormir en el punto más alto de la carretera. Aquí arriba el paisaje es casi lunar, y aunque había otras cámpers desperdigadas por los bordes, hay espacio de sobra para todos. Eso sí, al caer la noche se nota el fresquito: estamos a unos 1300 metros de altitud y la temperatura bajó a unos cero grados. ¡Por fin una noche que no nos achicharramos dentro de la cámper!

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