Día 38

Luss - Linlithgow

Falkirk, ruedas locas y caballos gigantes

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Dormimos la mar de bien, con el arrullo constante de la carretera de fondo. Os parecerá raro, pero a mí me relaja, como un río de coches que nunca se detiene. Nos despertamos casi a las diez, con la lluvia acariciando la camper. No teníamos muchas ganas de hacer nada, así que pasamos la mañana dentro, calentitos y tranquilos.

A mediodía paró de llover y decidimos arrancar. Condujimos una buena hora y media y paramos en un aparcamiento junto a la carretera —pero algo apartado— para comer. Mientras devorábamos el almuerzo, el cielo se iba despejando, como si Escocia nos diera permiso para explorar.

A eso de las cuatro seguimos hacia Falkirk, pasando antes por Stirling. Desde la carretera se ve un castillo enorme y unas colinas verdes que dan ganas de bajarse y explorar, pero lo dejamos para otro día con más tiempo. Nuestro destino era la famosa Falkirk Wheel.

Para los que no la conozcáis: la Falkirk Wheel es un ascensor giratorio para barcos, único en el mundo. Conecta dos canales con una diferencia de altura de 24 metros. En lugar de usar esclusas como las de ayer, este invento sube y baja barcos en una estructura que parece sacada de una peli de ciencia ficción. Aparcamos en el parking (supuestamente de pago, cuatro libras), pero el sistema no reconocía nuestra matrícula extranjera, y la empleada nos dijo que si la barrera estaba abierta al entrar, podíamos salir sin pagar. ¡Perfecto!

Paseamos por la zona, hicimos un montón de fotos desde todos los ángulos. Aunque el centro de visitantes ya estaba cerrado y el parque temático de abajo parecía medio desierto, nos encantó. Subimos por el camino al canal superior, donde los barcos entran en la noria flotante, y pasamos por un túnel de piedra, que también forma parte del canal. Impresiona pensar que por ese túnel navegan barcos enteros, como si nada.

Antes de irnos, aprovechamos para llenar el depósito de agua en una zona de servicio para autocaravanas. Técnicamente, eso es solo para quienes pernoctan allí (cuesta 18 libras), pero nosotros solo llenamos agua... y nadie dijo ni mú.

De ahí fuimos directos a The Kelpies, que están muy cerca. Aparcamos (esta vez sí pagando: 2,50 libras), y nos fuimos a conocer a estos dos gigantes de acero. Son dos cabezas de caballo de 30 metros de altura, una mirando al frente y la otra ligeramente inclinada. Os cuento el chisme mitológico: los kelpies son criaturas mágicas del folclore escocés, espíritus del agua que toman forma de caballo para engañar a la gente y arrastrarla a los lagos. Pero estas esculturas también rinden homenaje a los caballos de tiro que antiguamente remolcaban barcazas por los canales escoceses. Así que mezclan leyenda y realidad. Majestuosos, impresionantes, fotogénicos... ¡y sin intenciones de ahogar a nadie!

Tras nuestro momento artístico y mitológico, volvimos al coche. Dimos un par de vueltas buscando un sitio tranquilo para dormir. Pero en una de esas, papi Edu se despistó y siguió conduciendo por la derecha. Ya sabéis: si en el asfalto pone MO7S, es que estás viendo SLOW al revés, y eso solo pasa si vas por el carril que no es. Un buen recordatorio de que seguimos en Reino Unido.

Finalmente encontramos un aparcamiento tranquilo junto al Union Canal, donde pasan barcos largos y estrechos y algunos kayaks. El sitio es plano, silencioso y sin miches. Así que aquí nos quedamos. Cae la tarde, huele a cena y a descanso... y yo ya estoy listo para soñar con caballos mitológicos y ruedas que giran barcos.

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