Esta mañana arrancamos con ritmo relajado, porque queríamos ver el momento glorioso en el que pasaban barcos por la esclusa. Yo me puse en modo supervisor otra vez, por si acaso algún velero no sabía maniobrar bien. Sobre las once llegaron tres veleros en procesión, como si fueran a un desfile náutico. Pasaron juntos por la esclusa donde habíamos dormido. Papi Edu montó su cámara de acción, puso el modo cámara rápida, y grabó todo el procedimiento.
Una sola esclusa ya tarda unos treinta minutos en pasarse… ¡y hay quince esclusas a lo largo del Crinan Canal! Así que, si hacéis cuentas, los barcos se tiran unas siete u ocho horas para atravesarlo entero. Un paseo tranquilo para quien no tenga prisa, y una pesadilla si tienes el pipí apretando.
Cuando el último mástil desapareció de vista, nosotros también nos pusimos en marcha, por tierra firme, claro. Condujimos hacia el norte y paramos en Oban, una ciudad costera bastante animada. Aparcamos en un sitio de pago justo frente al mar, echamos una libra y media (bueno, la tarjeta la echó papi), y subimos a ver la famosa Torre de McCaig. Aunque se llame torre, ya os aviso que de torre tiene lo mismo que yo de gato. Es más bien como un coliseo romano sin romanos. Subimos por escaleras y rampas, a través de un barrio bastante bonito. Y cuando llegamos arriba… sorpresa: había un aparcamiento gratis justo al lado. ¡Pero eso Google no lo dijo!
La torre (o coliseo o lo que sea) la mandó construir un tal John McCaig para dar trabajo a los canteros locales y, de paso, dejar un monumento familiar. No lo terminaron nunca, pero quedó muy fotogénica. Desde allí arriba hay unas vistas chulas de Oban, del puerto y de la bahía con todas las islitas salpicadas en el agua. Yo olisqueé el césped, me hice una foto y nos bajamos otra vez.
Luego dimos un paseo por la ciudad y por el puerto, que tiene bastante movimiento: barcos, gente con helados, gaviotas organizando su sindicato. Cuando agotamos el tiempo del parquímetro, nos fuimos.
Paramos a comer en un lay-by, de esos aparcamientos al lado de la carretera que a veces son más agradables que muchos campings. Comimos, descansamos un poquito y seguimos ruta. Más adelante, papi Edu paró brevemente en un sitio llamado St. Conan’s Kirk. Yo me quedé en el coche, haciendo de vigilante perruno, mientras él visitaba la iglesia.
Por lo que me contó, St. Conan’s Kirk es una iglesia raruna, de esas que parecen castillo encantado. Fue construida en el siglo XIX, mezcla de estilos y con muchos rincones góticos. Dicen que ahí dentro hay hasta los huesos de Robert the Bruce (un rey escocés muy famoso, no un personaje de dibujos). La iglesia da un poco de ambiente de peli de Drácula, como muchas cosas en Escocia, pero a papi le gustó.
Seguimos al norte con intención de dormir en un sitio que estaba marcado como “4x4” en Park4night. Pero cuando llegamos había barro hasta las orejas y un ejército de miches preparado para el ataque. Ni lo dudamos: huida estratégica. Porque no sirve de nada estar en un sitio precioso si hay que vivir encerrado dentro como si estuviéramos en cuarentena perruna.
Así que seguimos conduciendo y llegamos a la zona de Loch Lomond, que es un lago enorme con muchos lay-bys donde aparcar. Elegimos uno que es un poco más grande, sin vistas pero bien resguardado del viento. Aquí vamos a dormir esta noche: no hay mosquitos, no hay barro, solo se escucha un poco la carretera al fondo. Es tranquilo, plano y cómodo para descansar después del paseo del día. Ahora toca cenar algo rico, acurrucarnos y prepararnos para otro día de aventuras.
Añadir nuevo comentario