Salimos sobre las nueve y otra vez rumbo al Museo Etnológico de Lituania en Rumsiskes. Ya lo habíamos visto con tito Javi, pero ahora tocaba con tito Joan. Yo pensé: "Bueno, ya me lo sé, paseo rápido y a otra cosa”. ¡Ja! Resulta que cuando un museo está casi vacío y el cielo está gris, se convierte en una experiencia completamente distinta.
El domingo pasado aquello estaba lleno de humanos haciendo fotos y diciendo "qué bonito", pero hoy, jueves, apenas había nadie. Algunas casas estaban cerradas, lo que me hizo sospechar que tal vez las usaban de escondite para un tesoro perruno… o al menos un buen bocadillo olvidado. Caminamos durante horas viendo lo mismo de la otra vez, pero también algunas cosas nuevas, como una mansión en un rincón del parque. Papi Edu y tito Joan estaban en modo explorador, y yo en modo “¿esto cuándo se acaba?”.
Y sí, las manzanas gratis seguían allí. Para los humanos es un gran descubrimiento, pero a mí me dan lo mismo. Si al menos fueran salchichas…
Después de más de cuatro horas de turismo cultural, volvimos al coche y nos fuimos a una plaza en Rumsiskes con varias iglesias de madera. Allí hicimos una pausa larga (aunque demasiado corta para mi gusto), y aproveché para tumbarme y reflexionar sobre la vida… y sobre lo bien que me venía esta siesta.
A las seis y pico arrancamos de nuevo. Casi dos horas conduciendo, 100 kilómetros más y, como siempre, acabamos en un aparcamiento junto a un lago. Pero hoy papi Edu no se bañó. No porque no quisiera, sino porque ya era de noche cuando llegamos. Y aunque es valiente, tampoco es un pingüino.
Ahora toca descansar, que mañana seguro que hay más aventuras. ¡Espero que no impliquen más museos!
Añadir nuevo comentario