Hoy tocaba día de transición, o eso creíamos. Salimos de nuestro escondite junto al lago, ese rincón apocalíptico que por arte de magia se había convertido en hotel de cinco huesos. Pusimos rumbo al noreste, sin mapa del tesoro pero con la nevera medio vacía. Menos mal que papi detectó un Rema 1000 y ahí paramos una hora entera. ¡Una hora! ¿Sabéis lo que es eso en años perrunos? Un siglo sin premios. Yo vigilaba desde la camper por si salía alguien sospechoso con una bandeja de salmón… pero nada.
Seguimos carretera arriba hasta llegar al embarcadero de Fiskebøl, donde nos encontramos con una fila de autocaravanas que parecía no terminar nunca. Algún humano se bajaba a estirar las patas, pero sin exagerar, que no era un picnic popular ni mucho menos. Esperamos casi una hora, pero al final entramos en el ferry. Travesía breve, unos 30 minutos, pero suficiente para que papi se subiera a cubierta a hacer fotos y yo me quedara en la bodega, como carga especial: “un perro excepcional que no necesita correa ni compañía, gracias”. Mentira. Lo único que quiero es que me dejen subir a oler a todos.
Desembarcamos en Melbu y seguimos rodando. La idea era parar para comer, así que papi eligió el aparcamiento de un sitio llamado Taen, cerca de la costa. Bueno, "cerca" es relativo. Había árboles entre nosotros y el mar, así que vistas, las justas. Lo bueno es que había más campers y eso me dio material de espionaje. Olfatear ruedas ajenas siempre me alegra el día.
Nos sentamos a comer tranquilos dentro de la camper, pero claro, papi empezó con lo de “anda, parece que hay senderos” y en dos lametones estábamos ya preparados para caminar. Lo de Taen resultó ser una red de caminos por la costa, con acantilados bajos, colinas cubiertas de hierba, flores de esas que no se pueden pisar (según papi) y aire de mar del bueno. Yo corría adelante haciendo como que sabía por dónde íbamos, mientras papi decía: “mira esto, mira lo otro, ¡espera que te hago una foto!”. De verdad, soy el perro más fotografiado del hemisferio norte.
Nos gustó tanto que cuando volvió la calma y empezaron los bostezos, dijimos: pues nos quedamos aquí. Un aparcamiento con cero vistas pero mucha paz, y suficiente césped para mí. No será de postal, pero huele a maravilla.
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