Día 114

Audio file

¿Sabéis ese momento en el que estás tan a gusto que moverse parece un crimen? Pues así estábamos nosotros esta mañana, en nuestra playita perdida de Osterøy, mirando las nubes pasar y dejando que el día se estirara como un chicle.

Seguimos la misma rutina de campeones de sofá de hace dos días: dormir, comer, rascarse la barriga (yo más que papi Edu), alguna foto, alguna actualización del blog... Vida dura, ya veis.

Se nos hizo tan tarde que tomamos una decisión histórica: comer allí mismo antes de arrancar motores. Con el estómago lleno y la moral alta, sobre las tres y media de la tarde nos pusimos en marcha, despidiéndonos de nuestro rincón secreto.

Volvimos a recorrer las carreteras juguetonas de Osterøy, cruzamos otra vez el famoso Osterøybrua (ya casi nos lo sabemos de memoria) y seguimos bordeando otro de esos fiordos gigantescos que parecen dibujados por un niño con rotuladores nuevos.

Kilómetro a kilómetro, sin prisas pero sin patadas en el trasero (vamos, sin problemas ni aventuras raras), hicimos casi cien kilómetros en algo menos de dos horas. Que aquí en Noruega, con sus curvas, túneles y ferris, eso ya es casi teletransporte.

Sobre las cinco y media de la tarde encontramos nuestro nuevo alojamiento: un llano de grava cerca de la carretera. No es el sitio más especial del mundo, pero apenas pasa nadie y tenemos toda la tranquilidad para nosotros solos. Perfecto para una noche tranquila de descanso y planes vagos.

Hoy no hubo fiordos chispeando, ni ferris silenciosos, ni puentes de infarto. Pero a veces también mola bajar las revoluciones, dejar que el mundo pase y simplemente estar.

Mañana será otro día. Y ya sabéis que con nosotros, siempre puede pasar cualquier cosa.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
8 + 0 =
Resuelva este simple problema matemático y escriba la solución; por ejemplo: Para 1+3, escriba 4.