Ayer tuve la rara suerte de disfrutar de un día sin coche, lo que para un perro amante de la cámper es como ganar la lotería de los huesos.
Nuestra mañana comenzó con un espectáculo gastronómico digno de las olimpiadas culinarias. Mi papi y mi tito Joan se zamparon un desayuno de campeones, mientras yo ejercía de experto en mirar comida con ojos de deseo. No puedo quejarme, al menos la vista fue gratis.
Luego emprendimos una nueva aventura hacia el sitio arqueológico de Corinto, que teóricamente estaba a un simple salto de pulgas, es decir 20 minutos en coche. Pero claro, mi papi estaba en su mundo de distracciones y, ¡zas!, perdió la salida. Terminamos en una autovía de peaje sin retorno. No quiero parecer un aguafiestas, pero viajar kilómetros extra no es precisamente mi definición de diversión.
Finalmente, tras una hora perdidos en la carretera, llegamos al lugar mítico de Corinto. Y como es costumbre, yo me quedé en la cámper mientras mis humanos se entusiasmaban explorando antiguas piedras. Me aseguraron que esas rocas eran "históricamente interesantes". ¿Historia? ¡Yo solo quiero una buena siesta!
Una vez mis compañeros de viaje estuvieron satisfechos con su ración de cultura antigua, nos dirigimos a la ciudad moderna de Corinto, donde hicimos una parada estratégica en la tienda favorita de papi, Lidl. Mientras ellos cargaban con sus bolsas, yo hacía el trabajo más importante - vigilar la cámper. ¡Nadie se acerca sin mi permiso!
Después cruzamos de nuevo el canal de Corinto y paramos en un paraje junto al mar para comer y relajarnos. Fue el punto culminante del día. Me recargué de energía mientras mis humanos comían sus raciones de arroz. ¡Un momento de paz y cachitos de pollo, lo mejor!
La tarde avanzó y pusimos rumbo a Atenas, pero, claro, no sería un día normal sin alguna sorpresa. El GPS decidió llevarnos por calles estrechas, y en un momento dado, nos aventuramos por unos kilómetros de carretera de tierra. Mi papi estaba feliz al volante, yo me agarraba en el asiento trasero como si me fuera la vida en ello, y tito Joan... bien, aún no sé si eso le parecía una idea brillante o no.
Al final todos los baches y giros inesperados valieron la pena porque ahora estamos en un lugar tranquilo con vistas panorámicas a Atenas. Es el momento perfecto para recargar energías y descansar como si fuéramos bebés... ¡o como si no supiéramos lo que nos depara el próximo día de locura en esta aventura canina!
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