Anoche dormimos como dos nutrias felices al borde del río Creuse. Silencio total, solo el agua murmurando y algún árbol susurrando cotilleos al viento. Seguíamos dentro del Parque Natural Regional de la Brenne, que según papi es un paraíso para los que se emocionan viendo pájaros borrosos con prismáticos. Yo solo vi tierra plana, hierba plana y horizontes más planos todavía. Bonito, sí… pero a mí que me den una colina para subir con estilo.
Así que, sin plan (como siempre en el Método Papi Edu™), arrancamos rumbo sur. Caímos un rato en la autovía A20, que no cobra peaje ni nos pide justificante de existencia. Y entonces papi vio en el mapa algo llamado *Lac de Saint-Pardoux*. Sonaba a castillo medieval o a postre caro, pero al final era un lago gigante con bosques, senderos, barquitos y humanos activos. El día estaba raro: sol pero fresquito, como si el cielo no quisiera comprometerse.
Aparcamos antes de una barra para coches altos y justo junto a un cartel enorme que nos prohíbe dormir, acampar y bivouaquear (esa palabra suena a nombre de gato). Pero hoy no pensábamos quedarnos allí, solo comer.
Cuando papi terminó su comida y yo terminé de supervisar las migas, apareció un señor. Miraba nuestra cámper como si fuera un Ferrari hecho de madera. Solo hablaba francés, pero papi soltó su mítico "accent andalú–parisino" y funcionó. Le preguntó si le gustaba la cámper y ahí se abrió la puerta… pero no de la célula, sino la del alma.
El hombre dijo que quería viajar en furgoneta con su mujer, pero se divorciaron hace tres años. Y entonces ¡bum! entramos en modo terapia móvil. Que si su madre le trataba fatal, que si la herencia acabó en drama, que su exmujer se volvió “quiero lo máximo”, que su hermana tampoco le habla, que no tiene amigos… Vamos, que le soltó a papi el capítulo completo de su biografía no autorizada. Papi lo escuchaba con cara de monje zen, y yo asentía sin entender ni el 1%. Pero el señor parecía aliviado, así que misión cumplida.
Después de eso necesitábamos aire. Nos dimos un paseo estupendo por la orilla del lago, con bosques, caminos y olores premium. Yo iba feliz, oliendo rastros, palitos y misterios.
Casi a las seis salimos. En el lago no teníamos ni una rallita de cobertura, así que en cuanto volvió internet papi empezó a mirar “a dónde tiramos ahora”. No había plan para hoy, pero sí intención de acercarse a la zona de Limoges, porque suenan campanas turísticas por allí.
Tocaba buscar cama para las ruedas y encontramos un pequeño aparcamiento de grava al final de una carretera sin tráfico, en medio del bosque. Muy nosotros. Nos instalamos, se unió otra furgo cámper discretísima y listo: casita nueva por una noche. Tranquilidad, árboles y cero melodramas sentimentales.
A ver mañana a quién cura papi: ¿otro humano herido o alguna ardilla con ansiedad?
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