Dormí como un rey, bien acurrucado en nuestra cámper, protegida del viento que afuera rugía sin piedad. Por la mañana me despertó la lluvia, cayendo a cántaros y golpeando el techo como si el cielo estuviera jugando a ver quién hacía más ruido. Papi decidió quedarse dentro un rato, y yo me acomodé a su lado, vigilando cómo las gotas corrían por las ventanas y soñando con charcos gigantes para saltar.
Salimos casi a la una del mediodía. Subimos otra vez el puerto de montaña. Esta vez teníamos más tiempo, pero la lluvia y el viento no nos dejaban ver nada. Las vistas de la isla Valentia y la bahía de Dingle se escondían detrás de cortinas de agua y nubes locas. Del mirador de los Kerry Cliffs ni hablamos; cinco euros para empaparse y no ver nada es un precio que ningún perro pagaría.
Bajamos a Portmagee y echamos un vistazo al plan, pero con este tiempo no tenía mucho encanto. Media vuelta y otra vez por el puerto, con el agua golpeándome las orejas y el viento empujándome contra la ventana. Menuda aventura, casi sentía que estaba en una película de tormentas.
Rumbo a Sneem, unas dos horas de carretera donde el paisaje pasaba rápido por la ventana y yo me entretenía oliendo cada curva, cada arbusto, cada roca mojada. Antes de llegar al pueblo vimos una cantera abandonada, donde podríamos quedarnos para dormir. ¡Qué lugar para explorar! Pero con la lluvia y ese viento feroz, el sitio era más espeluznante que emocionante, así que seguimos adelante.
Sneem apareció como un pueblito de cuento, con sus casas de colores y puentes sobre el río que parecían sacados de un dibujo animado. Pero hoy, con este tiempo, no era lugar para paseos; nos limitamos a admirarlo desde el coche, soñando con volver algún día con sol y charcos para saltar.
Al final encontramos un aparcamiento en un área de picnic en las afueras. Bonito, tranquilo y suficientemente grande para que yo corriera un poco alrededor de la cámper sin peligro. En Park4Night dicen “solo de día” por un cartel que supuestamente prohibe dormir, pero no vimos nada, así que nos instalamos. Comimos, descansamos y decidimos que aquí también dormiríamos.
Por la tarde llegó otra autocaravana, francesa, buscando refugio como nosotros. Mientras tanto, la lluvia y el viento siguen su concierto sin fin, pero dentro de nuestra cámper, bien protegidos y calentitos, me siento a salvo. Y eso, amigos míos, es lo que convierte un día gris y mojado en una verdadera aventura perruna.
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