Día 70: Strathy - Braetongue
Granjero gruñón, hoyos en la playa y una puesta de sol de las que hacen historia
Cuando nos despertamos, las otras campers ya se habían esfumado, como si las hubiera barrido el viento del norte. Nosotros, fieles a nuestro estilo de vida slow motion, arrancamos con toda la calma del mundo, y alrededor de las doce ya estábamos de nuevo en marcha, subiendo por la carreterita que serpentea hacia el norte.
Aparcamos casi al final del camino, donde ya había bastantes vehículos: autocaravanas de todos los tamaños, coches, algún que otro camper… y un granjero con cara de tormenta. El señor, visiblemente en modo borde, se dedicaba a refunfuñar sobre cómo estaban aparcados los coches. A nosotros no nos dijo nada directamente, pero su energía era tan acogedora como una piedra en el zapato.
Fuimos caminando hasta el final de la carretera, pero entonces… sorpresa: una señal decía que los acantilados no están vallados y que los perros pueden provocar pánico en las ovejas, lo cual podría acabar en tragedia. Y aunque a mí las ovejas me parecen blanditas y tontas, respetamos la advertencia del cartel. Volvimos al coche y me quedé dentro (por supuesto con mi pelota y un snack de consolación).
Papi Edu caminó unos diez minutos más, esta vez solo, hasta llegar a un faro solitario llamado Totegan Head. Está en una ubicación remota y salvaje, plantado en lo alto de los acantilados como si vigilara el horizonte desde tiempos remotos. No se puede visitar por dentro, pero las vistas desde allí quitan el hipo: el mar abierto, los acantilados verdes con bordes afilados y el campo escocés con ovejas que miran como si supieran un secreto.
Volvimos al coche con una sensación un poco rara, entre maravillados por el paisaje y algo incómodos por el ambiente granjil hostil, así que decidimos dejar esa zona y seguir.
Veinte minutos más tarde hicimos una parada junto a la carretera para echar un vistazo a la playa de Armadale. Una playa amplia y bonita, pero el cielo estaba tapado y no era día de playa. Así que seguimos buscando algo más... íntimo.
Y lo encontramos: cerca de Torrisdale, encontramos un lugar tranquilo para comer y hacer algunas tareas importantes, como por ejemplo que Papi Edu se cortara el pelo y se duchara (con una especie de ritual de limpieza que yo observé con mucho interés desde mi rincón). El lugar era agradable y ahora el sol había salido con ganas, incluso hacía un poquito de calorcito.
Después de la comida y el cambio de look, nos fuimos andando por un sendero que lleva hasta la playa de Torrisdale Bay. Es una playa amplia, con dunas, mar abierto y una sensación de estar al final del mundo. No había ni un alma. Encontramos un rinconcito protegido del viento, sacamos la toalla y nos quedamos más de una hora tomando el sol. Bueno, Papi Edu tomó el sol, yo me dediqué a cavar hoyos como si estuviera buscando huesos prehistóricos. Resultado: papi lleno de arena y yo tan feliz como un lagarto al sol.
Antes de volver, dimos otro paseo por la playa. En un extremo, encontramos los restos de un barco enorme, oxidado y tumbado sobre la arena como un dinosaurio marino dormido. Me pareció fascinante. Aunque, para ser sinceros, yo seguía más centrado en mis excavaciones arqueológicas.
Volvimos al coche por el mismo sendero (bastante chulo, con vegetación salvaje y alguna mariposa entrometida) y nos tocó buscar sitio para dormir. El sitio donde estábamos no estaba mal, pero no había señal de teléfono ni datos móviles, lo cual para Papi Edu es casi como que le falte el café por la mañana. Así que… nos pusimos a buscar.
Y fue una auténtica odisea: sitios que no eran lo que prometían, otros llenos, otros sin cobertura… hasta que, por fin, encontramos un sitio espectacular con vistas a la bahía de Tongue. Un aparcamiento grande, cerca de la carretera pero sin tráfico, tranquilo y con una puesta de sol que parecía pintada por el mismísimo Van Gogh.
Y aquí estamos ahora, viendo cómo el sol se va escondiendo detrás del horizonte, tiñendo el cielo de naranjas, lilas y dorados. Después de un día de playas solitarias, ovejas suicidas y granjeros intensos, no podíamos pedir un final mejor.
Añadir nuevo comentario