Día 50

Loch Garten - Edimburgo

Viaje inesperado y canguro sorpresa

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La cama más blanda
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Por la mañana hacía buen tiempo, pero en la cámper no teníamos el cuerpo para celebraciones. Llamó Tito Joan, y su voz no traía precisamente golosinas. Contó que su hermana, la tita Rosa, está muy, muy malita en el hospital… y que probablemente no le queda mucho tiempo. Yo no entiendo del todo lo que es "irse para siempre", pero sí sé que la tita Rosa era de las humanas buenas: me acariciaba sin sobarme las orejas, me hablaba como si me entendiera y tenía siempre una sonrisa que olía a cariño. Desde que lo dijo Tito Joan, papi Edu se quedó en silencio. Y yo también.

Y claro, Edu quería irse a Barcelona cuanto antes para estar con Tito Joan. Pero yo no podía acompañarlo, porque no soy precisamente un llavero. Cuando era joven viajé dos veces en avión, en la bodega. Y no me mires así: una cosa es ser perro, y otra viajar como si fueras una maleta con patas. Además, ahora peso diez kilos (aunque solo es pelo, ¿eh?) y las compañías permiten ocho con bolso incluido. ¿Dónde voy yo en una bolsita de 25x35x45 cm? ¡Ni doblado como una tortilla!

Edu empezó a llamar a pensiones para perros por todo Edimburgo. Yo ya temblaba pensando que me iban a encerrar en una jaula con un beagle gritón de vecino. Pero resulta que estaban todas llenas. O exigían la vacuna de la tos de las perreras, que yo no tengo porque nunca me meto en esos ambientes.

Cuando ya estábamos a punto de tirar la toalla (y de compartir el colchón otra vez en plan drama), apareció la solución mágica: una amiga de una amiga de Tito Joan (esto suena a enredo de telenovela, pero sigue leyendo) conocía a un tal Fabi, que vive en Edimburgo y... ¡le encantan los perros! Dice que le hacía ilusión cuidar a uno unos días. ¿En serio? ¿Así, sin conocerme ni nada? Bueno, no sabe dónde se mete.

Edu le llamó, se cayeron bien, quedaron para esta misma tarde. ¡Bingo! Y venga, ahora a buscar vuelos, parking y todo el pack de última hora. Billete de ida carísimo (más de 200 euros, ahí es ná), la vuelta baratilla. Aparcamiento en el aeropuerto: tan caro que Edu casi pregunta si incluía masaje y copa de bienvenida.

Salimos pitando hacia Edimburgo. Solo paramos cerca de Perth para repostar y comer algo rápido. Fabi vive justo fuera de la LEZ, esa zona donde no puedes entrar con coche viejo aunque huela a limpio. Aparcamos con las luces de emergencia y el alma también un poco en emergencia. Edu subió conmigo y con mi equipaje al piso de Fabi, dejó la bolsa con mi manta, mi pato, mi pelota, mi comida, mis papeles y un par de besos. Nos despedimos en la puerta. Edu bajó corriendo al coche, que seguía mal aparcado, cruzando los dedos para que no hubiera una multa... y yo me quedé con Fabi.

La verdad, parece majo. Me olisqueó con respeto, el piso está calentito y ya he probado tres sofás distintos. Creo que nos vamos a llevar bien. Pero si se le ocurre servirme la comida sin que yo le enseñe el pato… vamos a tener que hablar muy en serio.

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