Día 40

Linlithgow - Inverlauren

De rodillas en Falkirk, risas en Stirling y café con agua perruna

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🎡🚤 ¡Falkirk Wheel en acción! Un barco que baja dando vueltas 🔄🐾
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Anoche dormimos como angelitos, aunque con las orejas un poco gachas por el poco sueño. Pero al menos era sueño de calidad. Esta mañana arrancamos pronto y volvimos al Falkirk Wheel, que parece que se está convirtiendo en nuestro parque de atracciones escocés favorito. Esta vez no hubo milagros con la barrera: el aparcamiento costaba 4 libras y había que pagar sí o sí. Lo curioso es que la máquina para pagar estaba diseñada, aparentemente, para hobbits o perros salchicha. Papi Edu tuvo que ponerse de rodillas, literalmente, para ver la pantalla. Detrás de él se formó una cola de humanos riéndose discretamente mientras él peleaba con la máquina. Yo, mientras tanto, inspeccionaba si alguien había dejado galletas olvidadas por los bolsillos.

Con Tito Joan de vuelta en el equipo, vimos otra vez la rueda gigante en todo su esplendor, esta vez funcionando. Bajó un barco desde el canal de arriba hasta el estanque, girando la estructura como si fuese una rueda de hámster para barcos. Había bastante más gente hoy, y aunque yo no soy muy fan de las multitudes, admito que la escena era bastante chula.

Después de eso fuimos a visitar a nuestros viejos amigos, los Kelpies. Hoy aparcamos gratis a solo 5 minutitos andando más que el aparcamiento de pago del otro día. Nada mal para un poco de ejercicio extra. Los Kelpies, con el sol dándoles de lleno, parecían caballos galácticos. Ya lo conté hace unos días, pero os recuerdo que son estatuas de 30 metros de altura hechas de acero inoxidable, que representan los espíritus de agua en forma de caballo de las leyendas escocesas. Están junto al canal y brillan como si tuvieran luz propia. Esta vez, con Tito Joan haciendo de fotógrafo oficial y mucha más gente dando vueltas, nos hicimos todas las selfies perrunas posibles.

Luego volvimos al coche y condujimos hasta Stirling. Aparcamos gratis (puntazo) a unos veinte minutos andando del castillo. Antes de subir, hicimos una parada técnica en la camper para comer. Con pancitas llenas y energía renovada, subimos al castillo por un caminito entre casas monas y árboles con pinta de sabios. El castillo, imponente en lo alto de la colina, parecía una mezcla entre fortaleza medieval y decorado de película. Pero no entramos. ¿Por qué? Primero, porque no dejan entrar perros. Segundo, porque cuesta más de 20 libras por persona, lo que papi Edu llamó “el atraco del siglo”. Así que lo miramos desde fuera, que tampoco está mal, y nos fuimos a explorar el cementerio que está justo al lado.

Y qué cementerio. Hay tumbas viejísimas, lápidas torcidas con musgo, ángeles de piedra mirando al cielo y un mirador con vistas al valle y a las montañas que quitan el hipo. Yo no sé si los fantasmas allí descansan, pero si lo hacen, tienen un buen sitio para hacerlo.

Después del paseo fúnebre (pero bonito), buscamos un bar para tomar un cafetito. Entramos en un bistró donde, nada más cruzar la puerta, el camarero se giró hacia mí —sí, hacia mí, no hacia Tito ni Edu— y preguntó si quería agua o chuches. Las chuches, como siempre, las ignoré (¿qué se piensan, que voy a comer eso sin revisar los ingredientes?). Pero el cuenco de agua lo acepté con dignidad. Papi y Tito se tomaron unos cafés con scones, mermelada y nata montada que casi necesitaban una grúa para bajarlos. Yo me limité a observar mientras se relamían los bigotes.

Dimos otro paseo por Stirling, que es una ciudad encantadora con casas antiguas, calles empedradas y un ambiente relajado. Tiene pinta de ser un sitio donde podrías perderte un par de días y encontrar siempre algo nuevo: un mirador, una iglesia escondida, un pub con música en directo o un parque con ardillas hiperactivas.

Volvimos al coche por otro camino y tocaba decidir: ¿dónde vamos ahora? Después de una mini asamblea viajera, decidimos explorar el oeste de Escocia. Condujimos hasta la zona de Loch Lomond, pero en vez de parar junto al lago, nos fuimos al campo, a un sitio más salvaje. Pura naturaleza. Y sin miches.

Como hacía buen tiempo por la tarde (¡milagro!), aprovechamos para dar un paseo largo por la carretera rural que pasaba por allí. Cuatro kilómetros entre campos, árboles, nubes lentas y olores misteriosos. Yo iba al frente, como siempre, olfateando el camino con mi GPS nasal.

Ahora estamos ya en la camper. Cenamos, descansamos y, si no pasa nada raro, esta noche dormimos como lirones en plena Escocia verde. Y si oís algún ronquido, no soy yo. Es Tito Joan.

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