Día 261

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El monumento de Buzludzha en 🇭🇺 Bulgaria es brutalismo puro y duro 😯
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Por fin una noche en la que pudimos dormir bien... bueno, más o menos. A partir de las 2, claro, porque antes tuve que salir tres o cuatro veces a atender "mis asuntos". ¡Qué le vamos a hacer, una vejiga pequeña como yo tiene sus caprichos! Pero oye, cuando por fin conciliamos el sueño, dormimos como troncos hasta las 9 y media de la mañana, algo casi insólito para nosotros.

Después de nuestra rutina matutina –mi paseo, mi ritual con el pato de goma y el café de papi– nos pusimos en marcha con el coche, en dirección al famoso monumento de Buzludzha. Pero antes de subir hacia lo alto de la montaña, hicimos un alto inesperado en el camino porque papi vio otro monumento soviético. Era una estatua de un hombre al lado de un palo de hormigón. No tenemos ni idea de quién era, pero a papi le pareció interesante y, como buen turista improvisado, sacó unas cuantas fotos.

El tramo final hacia Buzludzha fue toda una experiencia. La carretera estaba bien helada, como si el invierno hubiese decidido montar su propia pista de patinaje. Había coches subiendo y nosotros también lo intentamos, aunque en algún momento papi tuvo que activar el 4x4 para que no acabáramos deslizando montaña abajo como un trineo descontrolado. Aparcamos cerca del monumento y subimos el último tramo andando. Todo cubierto por una buena capa de nieve que, para mí, fue como un parque de atracciones.

El monumento de Buzludzha es algo espectacular, una de esas cosas que te deja con la boca abierta aunque no seas un entendido en historia. Para los que no lo sepáis, era un gran centro de congresos del Partido Comunista búlgaro, con forma de platillo volante. Ahora está completamente abandonado y en un estado bastante lamentable, con el techo destrozado. Está cerrado al público, y lo dejan muy claro con carteles por todas partes, pero de todos modos no era un lugar que inspirase muchas ganas de colarse. Dimos la vuelta al edificio, lo vimos desde todos los ángulos posibles, sacamos selfies –papi y yo somos expertos en eso– y después volvimos al coche.

En el descenso, la carretera ya era un verdadero tobogán de hielo. Había coches intentando subir, pero muchos se quedaban atascados y no podían avanzar. Nosotros, más listos, aparcamos para dar un paseo por el bosque cercano. Jugar en la nieve siempre es un planazo para mí, y además encontramos algunas estatuas soviéticas más. Parece que a los comunistas les gustaba dejar huella, ¡y menudo tamaño de huella!

Luego, en dirección al puerto de Shipka, vimos otro monumento que queríamos visitar. Esta vez eran dos manos enormes sosteniendo antorchas, con el monumento de Buzludzha al fondo. Muy épico todo, aunque papi y yo no tenemos muy claro el significado. Pero claro, no hace falta entenderlo todo para disfrutar de la vista.

Un poco más abajo, encontramos el lugar donde ayer intentamos pernoctar y que tenía muy buena pinta. Aparcamos el coche allí porque ya era hora de comer. Por cierto, ya hay otra cámper, un supercamión alemán aparcado, de esos que parecen que podrían cruzar el Sahara y volver. Con el viento mucho más tranquilo y el sol asomando tímidamente, decidimos que este sería un buen sitio para pasar la noche.

Y aquí estamos, disfrutando de la calma después de un día cargado de nieve, monumentos y un poco de adrenalina helada. ¿Quién dijo que la historia era aburrida?

Joan

Interesante 🤔

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