El día empezó con buen sol y mi papi algo menos moqueante que ayer (¡bien por él!). Como se quedó con ganas de ver el famoso Palacio del Parlamento, se armó de valor y reservó un tour guiado para las 3 de la tarde. Salimos de nuestro sitio de pernocta a una hora decente, aunque, sinceramente, podría haber sido más madrugador. Pero bueno, no todos somos tan eficientes como un perro.
Antes de llegar al palacio hicimos dos paradas estratégicas para intentar llenar nuestro depósito de agua. ¡Error! No hubo ni rastro de fuentes o grifos, así que, con el depósito vacío y la paciencia a medias, decidimos aparcar directamente al lado del Palacio del Parlamento, que, por cierto, ¡es tan grande que parece una ciudad en sí mismo! Nos quedamos allí, comimos tranquilamente, y como la entrada estaba a un minuto andando, dejamos la camper aparcada para que yo pudiera quedarme vigilando… o eso creía mi papi.
Porque, la verdad, mientras él se adentraba en ese monstruo arquitectónico, yo me dediqué a echarme una siestaza digna de un rey. Según me contó al volver, el palacio es ridículamente enorme y sorprendentemente bonito. Mi papi esperaba encontrar algo más cutre, pero dice que por dentro todo está impecable, con decoraciones impresionantes y, por supuesto, un montón de alfombras carísimas que me hubieran hecho soñar con correr por ellas. Pero claro, según él, no me dejaron entrar porque “no tienen presupuesto para mis servicios como inspector de suelos mullidos”. ¡Excusas humanas, os lo digo yo!
Después de la visita, nos despedimos del aparcamiento y del palacio para buscar un nuevo lugar donde pernoctar. En el camino, intentamos resolver el misterio del agua desaparecida, pero nada: ¡hoy no era nuestro día! La calle donde supuestamente había una fuente, resultó estar bloqueada por una feria y nos dejó con el depósito tan seco como un hueso viejo.
A eso sumadle el tráfico de Bucharest, que podría competir con un atasco de Navidad en cualquier ciudad. Nos costó casi dos horas recorrer apenas 40 kilómetros. ¡Una locura! Finalmente, llegamos ya de noche a un lugar en el campo, entre un pequeño lago y un bosque. No lo hemos explorado aún, pero promete ser un buen sitio para estirar las patas mañana.
Eso sí, antes de recoger la jornada, mi papi, lleno de optimismo (y con su pelaje algo alborotado), decidió cortar el césped… de su cabeza. Luego aprovechó las últimas gotas de agua para darse una duchita al aire libre, justo antes de que el viento empezara a soplar como si quisiera llevarse todo por delante.
Ahora estamos bien recogidos en nuestra cámper, esperando una noche tranquila. Mañana veremos qué nos depara este rinconcito y, con suerte, ¡por fin encontraremos agua!💧
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