Día 127

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Empezamos el día con energía… bueno, con nuestra energía habitual. Nada más levantar el culo peludo de la cama, menos de cinco kilómetros de coche y ya estábamos en el embarcadero de Holm, a las 10:45. Pero aquello no era una cola de ferry, era una manifestación sobre ruedas. Autocaravanas, coches, bicis y hasta algún humano que parecía llevar esperando desde el día anterior. Pero tranquilos, que nosotros tenemos suerte perruna: entramos en el ferry que salía a las 12. Justo detrás de nosotros, solo caben dos coches más. El resto, a mirar el agua una hora y media más. ¡Y eso que hoy hacía sol y todo!

El ferry de Holm a Vennesund cruza unos seis kilómetros de mar en apenas 20 minutos. Pero qué veinte minutos: islitas a los lados, picos nevados a lo lejos, y un aire tan limpio que dan ganas de respirarlo dos veces. Yo me quedé en el coche, por supuesto. Supervisando todo. Papi Edu subió a ver el paisaje. Lo confirmo: me dijo que era precioso.

Nada más desembarcar, avanzamos unos pocos kilómetros hasta Sundshopen rasteplass, un área de descanso junto al lago Hopen. Paseíto corto hasta la orilla del lago, sin mucha gente y con bastantes olores interesantes. Me encanta cuando paramos en sitios así. A veces hay trozos de salchicha olvidados. Esta vez no, pero uno nunca pierde la esperanza.

Después, parada en Brønnøysund para repostar gasolina y provisiones. Papi entró en el Rema 1000, y salió con bolsas llenas. Yo revisé todo desde mi puesto de mando en la cámper. No vi galletas perrunas, pero sí algo que crujía. Sospechoso.

Siguiente parada: Torghatten. ¿Lo conoces? Es una montaña con un agujero gigante en medio. Dicen que un troll lanzó su sombrero para salvar a una doncella y el sombrero se convirtió en esa montaña. El agujero está ahí como prueba. Yo tengo mis dudas. Para mí que era un queso gigante y alguien le metió un bocado. En fin…

Aparcamos, comimos algo rápido en la cámper (yo primero, como debe ser), y luego hicimos la ruta de senderismo hasta el agujero. Subimos por el lado fácil, por un sendero suave con vistas al mar. Y una vez arriba… ¡guau! El túnel atraviesa toda la montaña. Es como un pasillo natural con vistas panorámicas. Pasamos por dentro, y luego bajamos por el otro lado, que es bastante más empinado y lleno de piedras. Subir por ahí tiene que ser cosa de cabras montesas. O trolls con botas buenas.

Nos llevó más de dos horas en total, entre fotos, descansos y hacer el cabra. Bueno, papi hizo el cabra. Yo me limité a posar. Que uno tiene dignidad.

De vuelta al coche, tomamos la misma carretera por Brønnøysund hasta Horn, donde cogimos el siguiente ferry a la isla de Vega. Esta vez gratis. En Noruega algunos ferris son gratuitos, sobre todo si conectan islas pequeñas. A mí me parece bien, aunque sigo sin entender por qué los perros no podemos conducir barcos. Discriminación náutica.

La travesía a Vega fue más larga: unos 40 minutos navegando entre islotes y sombras de gaviotas. Muy relajante. Incluso papi Edu parecía menos tenso, y eso que ya llevábamos bastantes kilómetros.

Vega es una isla preciosa, famosa por sus eiders (patos marinos que hacen nidos con plumas) y por haber sido declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO. Pero hoy… ¡estaba petada! Fuimos al sur buscando sitio para dormir y parecía Benidorm. Autocaravanas apiladas como sardinas. Nada de tranquilidad, y mucho menos de intimidad. Así no se puede hacer ni pis en paz.

Dimos media vuelta, subimos hacia el norte, cruzamos Gladstad y buscamos por la costa noroeste. Tampoco fue fácil, pero al final encontramos un rincón junto a una curva en la carretera. No parecía gran cosa… hasta que paramos. Silencio total, vistas al mar, y un senderito hacia la costa por el campo. Lo recorrimos los dos, sin prisa. Y cuando ya parecía que el día se acababa… ¡Zas! Una puesta de sol de las que hacen que se te quede el hocico abierto. A las 23:37, con el cielo naranja y rosa, el mar en calma y ni una sola caravana a la vista. Solo nosotros. Y el sonido lejano de una gaviota que parecía cantar.

Hoy ha sido uno de esos días raros y largos, pero mágicos. Con ferris a tope, trolls imaginarios, islas llenas, y un final digno de postal.

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