Ioannina - Sagiada

Por la mañana, cuando despertamos, el cielo decidió echar un buen chaparrón. El tiempo gris nos quitó las ganas de explorar más en la ciudad de Ioannina, así que optamos por hacer una maniobra que solo los expertos en el arte del huye de la lluvia conocen: ¡cogimos el coche y pusimos rumbo a Igumenitza!

Nuestra travesía mayormente fue por autovías de peaje, pero hoy el peaje nos trató como reyes de las gangas. Llegamos a Igumenitza al mediodía, después de un viaje de solo una hora y media. ¡Estómago rugiente y buscando un sitio en la playa para llenar el buche y descansar!

El tiempo decidió ponerse un poco de su lado, pero el viento seguía siendo un juguete travieso. El lugar no era la opción ideal para pasar la noche, porque no estábamos autorizados a montar campamento. Las playas alrededor de Igumenitza tienen reglas. Así que, ni cortos ni perezosos, nos subimos al coche y nos desplazamos unos 20 kilómetros al norte. Ahora estamos cerca de la frontera con Albania, pero tranquilos, no planeamos cruzarla. Pasaremos la noche en un lugar que podría llamarse "la joya escondida de la costa".

Esta playa es como un vestido de alta costura: estrecha y cubierta de piedras, ¡pero bien bonita y muy íntima. Aunque no estamos solos. Nuestras compañeras de cuernos son cuatro vacas simpáticas que nos miran como si estuviéramos locos. Aquí en la costa no hace frío pero el viento sigue siendo el protagonista de la película. A pesar de eso, ¡mi papá es todo un atrevido y se aventura a un chapuzón en el mar como si fuera el próximo James Bond!