Ya estoy de vuelta en mi segunda casa sobre ruedas, la cámper. Pero, ¡madre mía!, menudo susto me llevé. Pasé toda la noche y la mañana en un lugar que a falta de un nombre mejor, llaman hospital veterinario en Atenas. Resulta que me hicieron un retocito en mi trasero con un puntito y hasta me cosieron algo en mi barriga, cerca de mi parte privada. No me gusta esa palabra, pero es lo que tiene la censura canina. Estuve "enchufado" a una especie de gotera que me suministraba un brebaje misterioso. Mi papi llegó alrededor de las 3, con cara de susto y sorpresa al ver la factura del hospital que era más aterradora que cualquier película de terror. Pero lo importante es que sigo aquí, ladrando y contándoos mis historias.
Después de abandonar el hospital nos tocó la parte que menos me gusta - subir al coche. Ya lo he dicho un millón de veces, no me gusta viajar en coche, pero al menos estaba acompañado de mi papi. Empezamos una odisea para atravesar Atenas, justo en plena hora punta. ¿Por qué todos los coches deciden moverse al mismo tiempo? En el coche mi papi me iba contando su día, y parece que básicamente pasó el tiempo haciendo "nada de nada". Luego aproveché para echarme una siestecita en el asiento trasero, ¡necesitaba recargar energías después de mi experiencia médica!
Nos dirigimos al Peloponeso, pero antes de llegar a nuestro destino mi papi tuvo que afrontar misiones importantes. La primera parada fue para cargar agua de un grifo al lado de la carretera. Ahí tuvo un pequeño duelo con una señora que pensó que íbamos a llenar toda la cámper con agua, como si fuéra una esponja gigante. Luego llegó otra mujer con unas botellas enormes. Mi papi le dijo que esperara su turno, que él estaba en su momento H 2 O - y que en la vida hay que ser educado. Tras resolver esos asuntos hicimos una visita a la farmacia porque durante una semana seré un perro farmacodependiente. Por último pasamos por un peaje, que fue rápido. ¡ni tiempo tuvimos de hacerle cosquillas al cobrador!
Y así nos encontramos de vuelta en el Peloponeso, cerca de Corinto, aunque no en el mismo lugar en la playa porque el viento está que da miedo. Optamos por refugiarnos entre los árboles, y aquí estamos, dispuestos a pasar una noche tranquila. Antes de entregarme a los brazos de Morfeo, me di un paseo con mi papi y os puedo decir que estirar las patitas después de casi 48 horas sin levantarme de la cama fue un verdadero despegue espacial. Ahora solo espero que ningún perrito callejero venga a hacer de las suyas, porque, confieso, les tengo un poco de respeto después de mi paso por el hospital. ¡No sabéis las travesuras que se cuecen en esos lugares!
Añadir nuevo comentario