Habíamos pasado la noche en un sitio espectacular, una plataforma de madera con vistas al monasterio de Sumela. Mi títo Joan y mi papi estaban como cachorros en una tienda de chúches, emocionadísimos por bajar al monasterio. ¿Por qué tanta prisa, os preguntaréis? Resulta que en Turquía era la fiesta del cordero, y había más gente en el monasterio que en una oferta de pienso gratis. No entiendo por qué los musulmanes eligen ese día para visitar un monasterio ortodoxo. Pero quién soy yo para juzgar. Mientras ellos exploraban, yo me quedé en la cámper, disfrutando de mi tranquila soledad. No es que no quiera visitar estos lugares maravillosos, pero en estos sitios no admiten turistas de cuatro patas como yo.
Mis humanos regresaron después de su visita al monasterio y me contaron maravillas sobre él.
El monasterio de Sumela es tan espectacular que si fuera un hueso, ¡seguro que lo habría mordido! Está construido en una roca vertical, como si alguien hubiera pensado: "¿Por qué no hacerlo fácil, verdad?". En fin, es un lugar que seguro desea-ría explorar si no fuera tan peludo y de cuatro patas.
Después de su visita al monasterio continuamos nuestro viaje en coche, subiendo una montaña por carreteras que definitivamente no eran aptas para mi delicado estómago. Llegamos a una especie de aldea en la cima, donde la gente hacía picnics y había algunos restaurantes. Mi papi preguntó si yo podía entrar en uno de los restaurantes, y afortunadamente me permitieron. Nos llevaron a un gacebo en el campo detrás del restaurante, donde tuvimos una comida deliciosa. Y sí, probé un poco de esa carne a la brasa, ¡cómo resistirse! Sin embargo, cuando llegó la hora de pagar descubrimos que la comida no era demasiado económica. Supongo que era una tarifa especial para turistas. Pero sinceramente valió la pena, porque la comida era para chuparse las patas y fue una experiencia auténtica. A veces hay que darse un capricho, ¿verdad?
Luego seguimos explorando el Parque Nacional de Altindere, disfrutando de las vistas y notando lo elegantes que eran las vacas con sus collares de cuentos y diademas. ¿Quién sabía que las vacas podían ser tan fashionistas?
Finalmente descendimos de la montaña y volvimos a la civilización. El lugar donde vamos a pasar la noche nos dejó boquiabiertos: un sitio en mitad de la naturaleza, al pie de una peña con un castillo en la cima, el castillo de Kale. Como llegamos temprano, mi papi y mi títo Joan decidieron montar la terraza junto a la cámper. Mi títo aprovechó para cortarle el pelo a papi Edu, y luego disfrutamos de una puesta de sol impresionante.
¡Mañana será el día del castillo! Y estoy ansioso por explorar ese lugar histórico.
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