Día 90: Galway (Acantilados de Moher)

Dolmen enano, viento huracanado y amigos a prueba de váteres atascados

1 vídeos
🪨🐾 Misterios en Poulnabrone Dolmen ☀️⛰️ ¡Chuly entre piedras prehistóricas!
Geluidsbestand
240

Hoy empezamos el día sin prisas… pero con desatasco. A las ocho y media apareció una señora simpática, de esas que hablan rápido y mueven las manos aún más rápido. Venía armada con una ventosa y una expresión de “esto no es lo peor que he visto”. En diez minutos, el váter vencido. Victoria para la humanidad. Nos dio las gracias como si nosotros hubiéramos hecho algo. Yo le di un lametón por si acaso.

Sobre las once por fin salimos. Hoy tocaba explorar el sur de Galway, rumbo a tierras legendarias. Primera parada: Poulnabrone Dolmen. El nombre suena a piedra mágica capaz de invocar tormentas, pero en realidad es un dolmen prehistórico muy antiguo… y muy pequeño. O sea, sí, tiene más de seis mil años, pero como tumba colectiva impone lo justo. Lo que sí molaba era el paisaje: el Burren, una zona rocosa llena de grietas en el suelo, como si la tierra se hubiera resquebrajado de risa. Muy chulo para fotos, no tanto para correr. Yo metí una pata entre dos piedras y casi me convierto en fósil.

Luego, vuelta al coche y media hora más de viaje hasta los míticos Cliffs of Moher. Aquí ya entramos en la liga de lo épico: acantilados de más de doscientos metros cayendo a pico sobre el mar. Y viento. Viento nivel “se te despeinan hasta los pensamientos”. Me ataron bien la correa porque si no, salgo volando como Mary Poppins pero con más pelo.

En el aparcamiento ya te cobran la entrada al recinto: quince euros por adulto, doce por sénior. Papi Edu pagó la tarifa completa, pero los otros tres humanos pasaron por “mayores de sesenta y cinco” con una naturalidad pasmosa. A mí me salió gratis. En total, estuvimos casi dos horas explorando. Caminamos por los senderos junto al acantilado, hicimos un millón de fotos y visitamos el centro de visitantes, que está metido en la ladera del monte como una madriguera moderna. Dentro hay exposiciones, pantallas interactivas y hasta un pequeño cine que simula un vuelo de pájaro sobre los acantilados. A mí no me dejaron entrar ahí, pero papi Edu me lo contó todo.

Después de casi dos horas entre viento, vistas y selfies con cara de “no me lo creo”, nos fuimos al pueblo cercano: Doolin. Ya eran las tres, demasiado tarde para almorzar, demasiado temprano para cenar… pero encontramos un restaurante donde ya servían cena a esa hora. Milagro. Nos sentaron en un cubículo al aire libre pero protegido del viento, como en un fuerte de mantas. Pidieron hamburguesas y fish and chips. Cuando llegaron los chips, pensé que habían pedido doble ración para alimentar una escuela entera. Yo me llevé alguna patatita al vuelo. Nadie me vio. O al menos nadie dijo nada.

Después, coche otra vez, de vuelta a Galway. Pero no sin paradas estratégicas. Primero, en una gasolinera, para que papi Edu tomara café y no condujera con los ojos cerrados. Luego, breve visita a Dunguaire Castle, un castillo del siglo XVI que está justo al borde del agua, con un torreón muy fotogénico. No se puede entrar, pero desde fuera ya luce bastante majestuoso. Parecía de esos donde los caballeros discutían sobre quién había robado el último muslo de pollo.

Ya cerca de Galway, parada técnica en Lidl. Compraron cosas necesarias para sobrevivir una noche más sin pagar 32 euros por cuatro bebidas. Luego, vuelta al apartamento, cena casera, y una noche de descanso merecidísima. Buen ambiente, risas, chistes malos y muchas anécdotas del día.

Viajar con papi Edu, tito Joan y las titas Nita y Mariola es como estar en una road movie con clima impredecible y banda sonora de carcajadas. Yo, encantado de ser el protagonista peludo.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Resuelva este simple problema matemático y escriba la solución; por ejemplo: Para 1+3, escriba 4.