Día 35

Kildonan - A841

Piedras, pilas y picaduras

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🌀 Círculos de piedra y ovejas curiosas 🐑 en Machrie Moor 🏴󠁧󠁢󠁳󠁣󠁴󠁿 Isla de Arran
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Esta vez sí nos despertamos a una hora decente… ¡y con sol! Por fin. Después de tanto día pasado por agua, el cielo azul parecía un milagro escocés. Y resulta que el sitio donde dormimos no solo era tranquilo, sino también precioso. Teníamos vistas directas al mar, y justo enfrente, un islote con un faro muy pintón: Pladda. Papi Edu me explicó que Pladda está deshabitada, salvo por el faro automático y las aves marinas que hacen allí vida de barrio. Dicen que fue uno de los primeros faros de Escocia en tener luz intermitente para distinguirlo de los demás, aunque a mí me pareció más bien un decorado de película de misterio.

Con este paisaje y ese sol inesperado, hicimos planes para aprovechar el buen tiempo. Salimos en coche sobre las diez, rumbo a Machrie Moor, donde hay unos círculos de piedra que papi quería ver desde hace tiempo. Google Maps, en su línea, nos mandó primero a mitad de la nada, donde solo había vacas, barro y señales de “no aparcar”. Pero enseguida dimos con el aparcamiento correcto y empezamos el paseo hacia los famosos círculos de piedra de Machrie Moor.

El sendero es muy agradable, unos 2 kilómetros de ida (y luego otros 2 de vuelta), por un camino entre campos abiertos llenos de flores, ovejas y vacas que nos miraban como si fuéramos los primeros humanos que veían en semanas.

Los círculos de Machrie Moor son antiguos monumentos megalíticos, de hace más de 4.000 años. Hay varios, todos distintos, y algunos con standing stones (esas piedras verticales tipo menhir que parecen clavadas en la tierra por algún gigante aburrido). A diferencia de Stonehenge —que, según dicen, siempre está abarrotado de turistas y vallas— aquí estábamos casi solos. Solo se oía el viento, algún balido lejano y mis pisadas olisqueándolo todo. El sitio tiene algo especial. No sé si es energía cósmica o simplemente el silencio, pero se siente antiguo de verdad.

Después del paseo, volvimos al coche y nos pusimos a buscar un lugar más tranquilo para parar un rato. Lo encontramos en el sur de la isla, en un rincón sin vistas espectaculares pero con privacidad, que es lo que papi necesitaba para darse una ducha exterior sin montar un espectáculo para todo Arran. Mientras él se enjabonaba con cara de vikingo congelado, yo inspeccioné el perímetro. Luego cocinó, comimos y descansamos un poco al sol. Siesta corta, pero eficaz.

Sobre las cinco, ya con energías renovadas, pusimos rumbo al aparcamiento de King’s Cave. Desde allí hicimos un sendero circular de unos 5 kilómetros, bien señalizado y variado. La ida fue por un bosque tranquilo, donde los árboles formaban un túnel verde. Al salir del bosque, el camino nos regaló unas vistas increíbles de la costa. Y de repente… las cuevas.

La más famosa es la King’s Cave, que según la leyenda fue refugio del rey Robert the Bruce (el de Braveheart, pero el real). En realidad hay varias cuevas, y en una de ellas alguien —o mejor dicho, mucha gente— había construido montones de pilas de piedras, esas torrecitas que los humanos hacéis cuando os entra el espíritu zen o queréis marcar territorio como yo hago con los arbustos. Quedaban bastante fotogénicas, no lo voy a negar.

El camino de vuelta, por la otra mitad del circuito, fue aún más bonito. A un lado el bosque espeso, al otro vistas abiertas al campo y a las montañas. Todo tranquilo, sin apenas gente, y con esa luz suave del final del día.

Al volver al aparcamiento nos planteamos dormir allí, pero… ¡error! Nada más aparcar, una patrulla aérea de insectos empezó el ataque. Primero a mí: moscas, mosquitos, y unas cosas pequeñas llamadas “midges” que son como el primo escocés del demonio. Luego papi Edu también fue blanco del bombardeo. Intentamos resistir, pero en tres minutos ya estábamos corriendo de vuelta al coche. Salimos huyendo como si nos persiguiera un enjambre (bueno, literalmente era eso).

Buscamos otro sitio y tuvimos suerte: encontramos un aparcamiento junto a la costa, entre la carretera (que apenas tiene tráfico) y una playa de piedras. Hay más cámpers, pero bien repartidos, con espacio de sobra entre cada uno.

Aquí vamos a dormir esta noche. El sitio es bonito, tranquilo y sin bichos asesinos. La playa está a solo unos pasos. Antes de recogernos dimos otro paseo. Yo corrí por las piedras, jugué un poco y marqué mi nuevo territorio. Luego volvimos a la cámper. Hace más fresco ahora, pero la puesta de sol fue una maravilla. De esas que te hacen pensar: vale, hoy ha sido un buen día.

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