Día 191

Audio file

¡Vaya sorpresita la de hoy! Pensaba que sería otro día de repetir lo que ya vimos con mi tito Javi , pero NO. Hoy mi papi y mi tito Joan me tenían preparado un planazo en Ríga.

Salimos de nuestra islita sobre las diez y media, y en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos en el centro. Lo mejor de todo: aparcamos GRATIS. A ver, yo no pago nunca, pero según papi Edu, eso es motivo de alegría.

Empezamos con un paseo por un parque muy bonito. Había tanto césped que me entraron ganas de revolcarme, pero claro, "Hoy no, Chuly". Ya empezamos con las prohibiciones...

Luego llegamos al Monumento a la Libertad. Una pedazo de columna con una señora en lo alto levantando tres estrellas. No sé quién es, pero tiene su propio equipo de soldados vigilándola. Después pasamos por la Catedral de la Natividad de Cristo, una iglesia ortodoxa con cúpulas doradas que brillaban como el sol. Muy impresionante, pero yo solo quería encontrar una fuentecita para beber. Tanto caminar y ni un bebedero, Riga, ponte las pilas.

Seguimos por el casco antiguo, que es como un cuento de hadas: calles adoquinadas, casas de colores, torres medievales y una muralla que todavía sigue en pie. Nos cruzamos con la Casa de las Cabezas Negras (suena a grupo de rock, pero no, es un edificio muy bonito), la Torre de Pólvora y el Parlamento. Mientras papi Edu y tito Joan se emocionaban con la historia, yo me centraba en lo importante: olfatear cada esquina. Porque, amigos, cada piedra tiene su propia historia... y su propio olor.

Para comer, volvimos al mismo restaurante de antes. Yo me senté con mi cara de "perrito hambriento", pero nada, ni una migaja. Me tienen a dieta forzada.

Después de comer nos fuimos al Mercado Central, un sitio gigante dentro de antiguos hangares de dirigibles. Aquí había de todo: frutas, quesos, carnes, encurtidos... y muchos olores tentadores. Intenté llevarme un recuerdo "olfativo" metiendo el hocico en un puesto de embutidos, pero papi Edu me sacó de ahí antes de que pudiera cerrar el trato con el charcutero.

Luego vimos la Academia de Ciencias, un rascacielos con aire soviético. Dicen que desde arriba hay unas vistas espectaculares, pero nadie quiso subir. Mejor, porque seguro que a los perros no nos dejan, y no me hacía gracia quedarme abajo solo. Yo prefiero las vistas a ras de suelo, donde está la acción... y los buenos olores.

Después de cuatro horas y pico de caminata, volvimos al coche y nos fuimos al lago donde pasamos la noche. Ahí, papi Edu se metió en el agua y se quedó a remojo como si fuera un pato. Yo, en cambio, preferí quedarme con tito Joan en la orilla, disfrutando del airecito y vigilando que nadie nos robara el sitio. Perro que vigila, sitio que conserva.

Así que, amigos, lo que parecía otro día de lo mismo terminó siendo una jornada llena de descubrimientos. Riga, otra vez, me ha sorprendido.

Joan

Súper fotos

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
9 + 0 =
Resuelva este simple problema matemático y escriba la solución; por ejemplo: Para 1+3, escriba 4.