Día 129

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Esperando el ferry a Jetvik en Kilboghamn 🇳🇴 Noruega
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Hasta ayer teníamos claro que íbamos a tirar por la carretera principal hacia el norte, la famosa E6. Pero entonces papi habló con un hombre que le aconsejó seguir la ruta por la costa. “Mucho más bonita”, dijo. Eso sí, implica ferries. Más ferries. Y ya sabéis lo que eso significa: más esperas, más colas… y más siestas para mí.

Salimos a las 10:30 del sitio donde habíamos dormido. Yo me despedí del lugar con un par de carreras entre los arbustos, que ya me conozco el protocolo. Carretera tranquila, paisaje escandinavo a tope, bosques, curvas, silencio. Pasamos por Mo i Rana y luego giramos a la izquierda, rodeando el Ranfjorden en lugar de seguir recto hacia el noreste como hacen los que tienen prisa y poca imaginación.

A las 12:45 llegamos al embarcadero de Kilboghamn (Kilboghamn ferjekai). Y ahí… ¡madre mía! Una cola más larga que la lista de excusas que pongo para no entrar en el agua. Autocaravanas por todas partes, gente montando picnics en el arcén como si fuera una romería. Hasta había mesas de camping, neveras abiertas y humanos en chanclas asando salchichas. El ferry que llegó no pudo con todos, y nosotros nos quedamos fuera. Por suerte, una siesta bien colocada puede arreglar casi cualquier espera.

A las 15:30 embarcamos por fin rumbo a Jektvik. Esta travesía fue especial: ¡pasamos el Círculo Polar Ártico! Lo vimos marcado con un monumento en la costa, una especie de globo metálico que no se mueve, pero impone. Papi me explicó que a partir de aquí, en verano, el sol no se pone nunca del todo. Yo solo noté que el aire olía más fresco y que el viento en cubierta me peinaba las orejas hacia atrás. Una delicia.

Tras el desembarco, otra tanda de coche. Fiordos espectaculares, túneles que parecen tragarte y luego te escupen en otro mundo distinto. A mí me gustan porque se está fresquito y suenan eco mis bostezos. Luego más ferry: de Ågskardet a Forøy. Este fue más corto, con menos cola, y la mar estaba tan tranquila que parecía que íbamos flotando sobre una balsa de gelatina.

Pero aún quedaba otro: de Vassdalsvik a Ørnes. Este ya lo hicimos como quien se cambia de acera. Yo ya ni me movía. Me tumbé en el suelo y miraba el paisaje pasar como si fuera una peli lenta pero con buenos efectos especiales: montañas afiladas, agua infinita, gaviotas que chillaban como si alguien les hubiera quitado el bocadillo.

Al bajar del último ferry, condujimos unos quince minutos más y, de pronto, zas: dimos con un lugar precioso. En plena naturaleza, rodeados de campo, flores silvestres y con solo una autocaravana más a lo lejos. Nada de aglomeraciones ni picnics en cadena. Aquí se respira calma, y el suelo huele a musgo fresco y libertad. Yo me revolqué un rato para dejar claro que este sitio ya tiene dueño.

Esta ruta litoral tiene ferries, sí, pero también tiene magia. No es solo llegar, es todo lo que pasa entre medias. ¿Quién necesita la E6 teniendo esto?

Joan

Que bonito

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