Día 178
La mañana comenzó como si el mismísimo cielo estuviera llorando lágrimas de preocupación por mí. Así que, con un suspiro canino de desaprobación, nos refugiamos en nuestra acogedora cámper, donde mi papi y Tito Javi intentaron hacerme ver el lado positivo de la lluvia. "Chuly, es solo agua. ¿qué podría salir mal?" - preguntaron. ¡Pero, sinceramente, el agua no es mi amigo! Así que esperamos pacientemente a que el cielo dejara de hacer pucheros.
Finalmente, nos aventuramos en las bulliciosas calles de Estambul. La ciudad se transformó en un auténtico cuento de las Mil y Una Noches mientras paseábamos por un mercadillo tradicional. ¡Aquí, Estambul se sintió más exótica que nunca! En menos de lo que dura un truco de magia llegamos al famoso bazar cubierto.
El bazar es como entrar en un laberinto lleno de tesoros secretos y aromas tentadores. Mientras papi y Tito Javi se perdían entre los puestos, aunque no compraron nada. Bueno... mi papi Edu compró liras turcas pagando con laris georgianos. No entiendo nada de todo esto.
Una vez fuera del bazar nos sentamos en la terraza de una pastelería muy famosa y antigua, con la intención de tomar cafés y probar baklava. Pero, oh, la tragedia canina, ¡no admiten perros, ni siquiera en la terraza!. Así que nos marchamos de alli y publicamos nuestra opinión sobre aquella terraza en Google. ¡Espero que algún día cambien esa política discriminatoria!
Después de superar nuestra tristeza pastelera, seguimos hacia Sultanahmet. Allí nos topamos con la impresionante Mezquita Azul y la majestuosa Santa Sofía. Luego bajamos hacia el misterioso Cuerno de Oro, un lugar que suena como sacado de un cuento de piratas, ¿verdad? Pero tranquilos, no vimos piratas. Para los que no lo sepan, el Cuerno de Oro es un estrecho que divide la ciudad y le da un toque especial.
Cruzamos el Puente de Gálata, donde había un montón de restaurantes debajo, pero los precios eran más altos que mi capacidad para saltar. Así que optamos por un lugar más asequible en el barrio Karaköy. ¡La comida siempre sabe mejor cuando no tienes que vender tus juguetes para pagarla!
Subimos a Gálata utilizando un invento llamado metro de cremallera. Aquí surgió un problema:¡el temido bozal! A nadie le gusta usarlo, especialmente yo, pero a veces es necesario. Menos mal que el viaje no duró más de un par de minutos y yo soporté estoicamente mi disfraz de Hannibal Lecter canino.
Bajamos a pie por el barrio, viendo la Torre Gálata de cerca, y luego cogimos el tranvía de vuelta a Sultanahmet. ¡Una caminata de media hora menos, qué alivio!
Aquí viene el momento en el que Tito Javi quería entrar en la Mezquita Azul, pero tuvo que esperar hasta las cinco, cuando termina la hora de rezar. Yo, por mi parte, no puedo entrar en templos, así que me quedé esperando en el jardín junto a la Mezquita Azul con mi papi Edu, disfrutando del aire fresco y de las miradas envidiosas de otros perros que pasaban.
Visitar la Santa Sofía resultó ser una odisea, debido a las colas interminables. Quizás Tito Javi la conquiste mañana, ¡yo prefiero pasar más tiempo en una terraza soñando con baklavas!
Después de pasar todo el día recorriendo la ciudad estábamos exhaustos. Tomamos el tranvía de regreso a la parada Aksaray y, siguiendo la tradición, papi Edu encontró una ganga en McDonald's. ¡No hay quien le gane cuando se trata de buscar ofertas!
Después de un día agotador de aventuras, finalmente volvimos a patas a nuestra área de autocaravanas. Ahora, es hora de descansar y soñar con las delicias culinarias que me perdí hoy.
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