Nos despedimos a Tito Joan en el aeropuerto y volvemos al estuario de Malahide. Entre duchas gratis, castillos de cuento y paddle surf ajeno, cerramos el día con calma y un poquito de nostalgia.
☘️ Irlanda con tito Joan
De un área tranquila al corazón de Dublín: repostamos, comimos, los humanos cumplieron el sueño de ver Riverdance y terminamos paseando por Temple Bar, antes de parar junto al estuario en Malahide.
Recorremos Donegal entre castillos, abadías y plazas bulliciosas, tomamos algo en un bar con patio, olfateamos misterios históricos y terminamos en un rincón junto al agua, tranquilo y perfecto.
Entre castillos antiguos, escaleras misteriosas y paisajes infinitos, seguimos el día con hocico al viento y patas inquietas hasta un rincón costero que parece un spa perruno.
Entre templos, murallas y un puente que une más que orillas, cruzamos de Irlanda del Norte a Irlanda sin darnos cuenta. Un día para pensar… y para olisquear.
De cuevas solitarias a la Calzada del Gigante, pasando por un puente carísimo y unas chinas que gritaban “I-AR-SAT” mientras yo posaba como modelo. Día redondo para un perro explorador.
Cascadas, helados y un baño valiente en Ballycastle antes de adentrarnos en un rincón escondido entre campo y bosque, solo para los que se atreven con un 4x4.
Hoy nos dejaron sin la ruta de los acantilados, pero encontramos un sendero al faro de Blackhead, casitas de colores que casi me dejan bizco y un nuevo rincón junto al mar para dormir.
Un ranger simpático, un pez de cerámica gigante, el Titanic a tamaño real y murales que hablan del pasado y del presente. Belfast se muestra sin filtros… y nos deja con mucho que contar.
De madrugada, el viento casi nos despega la camper. Entre ruinas, atascos y gaitas, acabamos el día refugiados en un bosque cerca de Belfast, esta vez con calma… creo.
Abrazos de despedida en el aeropuerto, sustos mecánicos en la carretera y un final junto al mar en Carlingford, con viento, buenas vistas y la camper resistiendo… por ahora.