Anoche, el viento y la lluvia decidieron tomarse un descanso, así que papi y yo pensamos: “¿Para qué quedarnos aquí otra noche, si ya llevamos tres y somos nómadas?” Y con ese espíritu de patas inquietas, nos pusimos rumbo hacia Tesalónica.
Pero claro, nuestro viaje no podía ser tan simple como un paseo tranquilo. Poco después de arrancar, papi frenó en seco delante de un desguace. Yo diría que más bien era un cementerio de 4x4, una especie de mortuario para coches. Allí papi buscaba la manilla de la puerta trasera de la cámper, que lleva un tiempo haciendo huelga. Se puso a charlar con el señor del desguace, rebuscó por aquí y por allá, pero al final volvió al coche con las patas… bueno, ¡las manos vacías! Resulta que había una manilla, pero el hombre pedía 100 euros por ella. ¿100 euros? Papi dijo que por menos se compra una nueva, y sigue usando la palanca para quitar neumáticos de bicicleta (creo que en holandés lo llaman *bandenlichter*, pero en español ni idea). ¡Parece una herramienta de espía, pero no, es nuestra manilla improvisada!
Tras esa pequeña parada, seguimos hacia Tesalónica y aparcamos en un barrio de las afueras. Mientras papi iba a una lavandería –porque, sinceramente, ya tocaba lavar ropa– yo me quedé en la cámper. Pero cuando la lavadora empezó su concierto de centrifugado, papi volvió a recogerme y salimos a explorar el barrio. ¡Qué ambiente! Me recordó a las calles de España, con mucha vida, risas y movimiento, nada que ver con las ciudades del norte de Europa, donde la gente parece estar siempre en modo invierno.
Un par de horas después, con la colada limpia y oliendo a gloria, volvimos al camper. Papi estaba con antojo de mar, así que buscamos un sitio en la costa para comer y pasar la noche. Pero, ¡oh sorpresa! El lugar que encontramos estaba totalmente inundado. Era un aparcamiento junto a una capilla, pero parecía más una piscina gigante. Así que buscamos otro sitio y acabamos en el borde de un parque natural, cerca de una torre de observación de aves. Aunque el mar no se ve desde aquí, el lugar está bastante bien… con un par de “peros”.
Primero, nos cruzamos con una familia de jabalíes durante nuestro paseo. No sé quién se asustó más, si ellos o nosotros, pero os aseguro que mi cola estaba más rápida que un limpiaparabrisas. Y segundo, hay muchos perros callejeros. Grandes. Muchos. Y no quiero sonar dramático, pero ya sabéis que los perros griegos y yo no siempre hacemos migas. Así que, si esta noche tengo que hacer pipí o popó, prefiero aguantar. Ni de coña salgo con tantos perros merodeando. ¡Papi, espero que hayas traído un orinal para perros porque esta vez no salgo de la cámper!
Huuuu