Trevélez - Cádiar

Qué día de... pues... senderismo hemos tenido hoy. No todo ha ido según plan pero hemos disfrutado mucho de unos paisajes increíbles. Lo primero que hice cuando salimos de la casa era averiguar si la casa es una cueva o no, y todavía no sabría decírtelo. Es que por detrás está pegada a la montaña pero por delante parece un bloque de pisos. Bueno digamos que es una semi cueva. Tampoco quería darla muchas vueltas porque hacía un frío de c******. Y como si fuera una mañana agradable en verano, papi Edu comió su desayuno en una terraza, y yo temblando de frío.
Como ayer, la ruta estaba bastante bien señalada. Pasamos por bosques y unos miradores, y subimos, siguiendo los palos de madera con las franjas rojas y blancas. Y subimos... y subimos... y subimos, a más de 2000 metros. Hasta que dije "oye papi, aquí no huele a GR-7, mira bien por dónde vamos". Y efectivamente yo tenía razón, porque en los palos ponían, en letra muy pequeña, GR-249 y no GR-7. Menos mal que con el mapa del GPS papi pudo encontrar uno de esos pasillos pelados que sirven para frenar los incendios. Y en línea recta bajamos de la montaña hasta volver a encontrar el GR correcto. Allí abajo y ya casi las 12 hacía mucho menos frío que antes, entonces paramos un rato para descansar y comer mi desayuno, y papi cambió de ropa. Pero no voy a poner las fotos que hizo allí, jejeje.
Esto fue poco tiempo antes de llegar al pueblo Juviles, un pueblo más bien feo y donde solo paramos para llenar las botellas de agua y comprar en la única tiendecita del pueblo.
Ya era la una y pico y todavía no habíamos hecho la mitad de los kilómetros de la etapa de hoy. Entre Juviles y Timar era camino de cabra pero bueno y muy bonito. Pero después de Timar la cosa comenzó a complicarse. Había que cruzar una garganta pero ni con la traza de GPS ni con el mapa ni con las señales podíamos encontrar el camino. Vamos, creo que necesitaría un teleférico para llegar al otro lado. Y cómo nos liamos intentando cruzar el cañón por debajo. Hasta que me negué a caminar y escalar más y convencé a papi que volviéramos. Gracias a mi olfato llegamos bastante rápido al pueblo. Menos mal que papi luego calculó que ya no había tiempo para completar toda la ruta y cogemos un atajo para llegar al alojamiento, cerca de Cádiar. Y por fin pudimos descansar un poco, y almorzar. Después de este descanso sólo era media hora hasta el destino de hoy.
La mujer que nos recibió en el alojamiento no habla español pero el inglés sí y también holandés porque es holandesa. Por la tarde invitó a papi a comer chucrut holandés, mientras yo le esperaba, calentito delante de la cocina de leña. En la habitación también hay una chimenea, así que voy a dormir sin pasar frío. Ah, ¿que hay que echar troncos de madera de vez en cuando? No sé quién va a hacer esto, pero ¡yo no!