San Roque - Castellar - Jimena de la Frontera

¡Guauuu, amigos, preparaos porque lo de hoy fue épico! ¿Iba a ser un día tranquilo? ¡Ja! Ni en sueños. Hoy rompimos récords: ¡más de 40 kilómetros! Papi dice que fue una locura y yo estoy por ponerme una medalla al *perro maratoniano*. Os cuento:

En el hostal dormimos como dos troncos (bueno, un tronco grande y uno peludo). Con las pilas cargadas, arrancamos a las 9. La primera parada fue en un bar en Estación de San Roque, que parece una extensión del pueblo anterior. Papi desayunó... y yo, como siempre, vi pasar el festín desde el suelo. Ya estoy acostumbrado a que no haya nada para mí. Un día me van a dar el premio al mártir canino del año.

El camino hacia Castellar Viejo fue más de "carril-bicismo" y "carreterismo" que senderismo, pero avanzamos ligeros. Llegar al castillo fue un reto, sobre todo para papi con su mochila que parece una maleta con patas. La subida valió la pena porque el castillo es en realidad un mini pueblo dentro de una muralla, lleno de callecitas encantadoras.

Allí papi charló en alemán con dos señoras (una tenía una tienda de chorradas turísticas). Yo, mientras tanto, me di un banquete improvisado con las plantas locales porque mi estómago seguía vacío. Por lo visto, hablaban sobre alojamiento y comida, pero, ¡oh sorpresa!, no nos aceptaban en ningún sitio porque yo iba incluido en el pack. Así que papi, con su clásico "a tomar por culo Castellar", llenó las botellas de agua y nos pusimos en marcha de nuevo.

La ruta desde Castellar hasta Jimena (o como yo la llamo, Griselda) de la Frontera fue una maravilla: caminos variados, paisajes de postal y aire puro para mis bigotes. A las cuatro hicimos una parada en un lugar lleno de piezas de tren. Yo ya había comido, pero papi todavía no, así que mientras él cocinaba, yo me marqué una siestecita deluxe. No duró mucho porque, después de una hora, ¡otra vez a caminar!

Por la tarde seguimos cerca de las vías del tren, en una ruta preciosa. Nos cruzamos con un rebaño de ovejas liderado por un perro pastor gigante. Era tan majestuoso que no me dio ni pizca de miedo, al contrario, ¡me cayó genial!

Caminamos hasta que cayó la noche. Cuando llegamos al pueblo, nos tocó más caminata cuesta arriba para buscar el hotel que papi tenía fichado. Pero... estaba cerrado. ¡Plot twist! Papi se puso a hacer llamadas y terminó preguntando en un bar. Un camarero nos dio la tarjeta de otro hotel un poco más abajo.

Este hotel tampoco admitía perros, pero papi, que tiene el don de la palabra, convenció a la dueña. Creo que le dijo que yo estaba tan cansado que no iba a ser "mucho perro". Eso sí, dijo que debía dormir en la terraza... pero, evidentemente, acabé en la cama, ¡comodísima, por cierto!

Mientras papi se daba un baño (creo que él estaba casi tan agotado como yo), aproveché para cenar. Desde entonces, estoy en modo estatua. Estoy tan cansado que no sé ni cómo estoy escribiendo esto. ¡Hasta mañana, amigos! 🐾💤