Day 275

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Empezamos el día en una zona de picnic un tanto misteriosa. No está muy claro qué fue en sus buenos tiempos, pero parece abandonada, aunque sigue siendo preciosa. Entre árboles y con el lago acariciando la orilla, nos sentimos como en un cuento de hadas... bueno, un cuento con hadas que valoran mucho la tranquilidad. ¡Aquí no nos molestó nadie!

Cuando abrimos los ojos esta mañana, ¡el sol nos guiñaba desde el cielo como si fuéramos sus favoritos! Un domingo de lujo, con algunos curiosos paseando cerca de la cámper y mirándola como si fuése una nave extraterrestre... ¡pero nadie nos molestó, eh!

Antes de despedirnos del lugar, dimos una vuelta por la orilla del lago. Os confieso que creo que este lago tiene truco: para verlo en todo su esplendor hay que subirse a un barco. Pero bueno, eso lo dejamos para otra ocasión. Luego arrancamos el coche y nos fuimos al centro de Ohrid, donde encontramos un aparcamiento gratis (o al menos nadie nos pidió dinero, así que deduzco que era gratis de verdad). Desde allí, empezó nuestra misión exploratoria.

Lo primero fue subir hacia la parte alta de la ciudad, donde está el casco antiguo y un montón de monumentos. La subida tiene más escalones que una escalera al cielo, pero al final llegamos a la Puerta Superior. Desde ahí, vimos unas iglesias ortodoxas de ladrillo, muy monas pero también muy parecidas entre sí.

Nuestra siguiente parada fue la famosa iglesia de San Juan en Kaneo. El camino para llegar es toda una experiencia: bajamos hasta el nivel del lago y seguimos un paseo de madera muy chulo que bordea el agua. La iglesia en sí... bueno, más bien es una ermita pequeña, pero tiene mucho encanto por su ubicación. Mientras mi papi exploraba su interior (gratis, porque no había nadie pidiendo billetes), yo charlé un ratito con unas señoras muy majas que preguntaban sobre nuestras aventuras.

Tras mil fotos, selfies y un par de vídeos, subimos por otro camino, esta vez atravesando un bosque. Allí encontramos el monasterio de San Panteleimon y el sitio arqueológico de la antigua ciudad de Ohrid. Es una pasada ver cómo se mezclan las ruinas con las iglesias ortodoxas modernas. Ah, y lo curioso: ¡una iglesia que parecía más un cobertizo! Solo tenía un techo sostenido por palos, pero sin paredes. ¿Quizás sea un lugar de oración al aire libre? Misterio sin resolver.

Finalmente, alcanzamos el Castillo de Samuel, el gran protagonista de la colina. La entrada costaba 160 dinares (unos 2,50 euros), y aunque por dentro no hay mucho que ver, las vistas desde las murallas son espectaculares. Eso sí, justo cuando disfrutábamos del panorama, empezó a llover, así que bajamos rápidamente.

En la bajada pasamos por el teatro griego, que tiene su rollo, y llegamos al centro histórico de nuevo. Allí encontramos una zona peatonal con un aire otomano, llena de teterías y restaurantes turcos. Muy curioso, la verdad. Cerca del lago, nos topamos con unas estatuas y un cartel en forma de corazón con el nombre de Ohrid, perfecto para otro selfie. ¡Pero la lluvia apretó y salimos pitando hacia la cámper!

Decidimos volver a nuestra encantadora zona de picnic entre árboles para pasar otra noche. Ahora con el coche bien orientado contra el viento, porque la lluvia no da tregua. Aquí estamos, calentitos con la calefacción, esperando a que el tiempo mejore. ¡Pero eso sí, listos para cualquier aventura! Bueno, cualquier aventura no... solo las que no incluyan mojarme las patas más de lo necesario.

Joan

Que bonitas fotos y bonito relato

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