Day 192

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Hoy hemos pasado de la tierra continental de Grecia a la Peninsula del Peloponeso. Pensaba que el canal de Corinto nos iba a cortar el paso pero resulta que también hay puentes que conectan los dos trozos de tierra.

La playa donde mi papi Edu, mi tito Joan y yo pasamos la noche no era exactamente lo que esperaba. Era bonito, eso sí, pero no había arena. ¡La playa de las piedras, vaya lugar! Mis esperanzas de convertirme en un maestro constructor de castillos de arena se hicieron añicos, literalmente. Y como si eso no fuera suficiente, el viento por la mañana soplaba tan fuerte que mi papi y mi tito se negaron a tener un baño forzado estilo "peinado de viento" de Hollywood.

Entonces, decidimos que era hora de seguir explorando. Así que subimos al coche y nos dirigimos a Corinto. Pero antes de seguir, dejadme darles una lección de historia rápida, ¡no os durmáis en el pupitre! El Canal de Corinto es como la autopista de agua, el carril rápido que conecta el Golfo de Corinto con el Mar Egeo. Los barcos no tienen que hacer una vuelta completa al Peloponeso, ¡lo que es un gran ahorro de tiempo y energía!

Aparcamos el coche, y después de cargar nuestras pancitas con delicias culinarias caminamos hacia el puente que cruza el Canal de Corinto. ¡Era hora de desatar el espíritu de los selfies! Y como yo soy la estrella de esta travesía, posé con mi mejor cara peluda, listo para recibir mi estrella en el Paseo de la Fama Canina.

Pero la diversión no se detuvo ahí. Luego subimos al coche y pusimos rumbo al sur en busca del refugio perfecto para pasar la noche. Parecía que la búsqueda nos iba a llevar más tiempo que un juego de ajedrez entre dos tortugas. Vimos un par de lugares que simplemente no eran lo que necesitábamos, y finalmente, como un perrito al que le lanzan su juguete favorito, dimos con el tercer sitio.

Estamos en una playa (otra vez con las piedras, ¿puede alguien explicarme por qué las piedras me siguen como fanáticas en un concierto de rock?) pero al menos esta vez el viento nos dio un respiro. Y lo mejor de todo, ¡estamos completamente solos! Es como tener tu propia playa privada, aunque las piedras no me hagan caso y sigan allí.

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