Hoy nos hemos acercado a Pamukkale, la famosa montaña blanca de Turquía, pero aún no la hemos visto desde cerca. Os cuento...
Por la mañana Papi Edu se convirtió en "Doctor Caravan" y realizó una pequeña operación de cámper. Tito Javi, el fiel aprendiz de mecánico, le echó una pata. Su misión:- meter un colchón (¡rescatado de las profundidades de un contenedor de basura ayer!) en la ventana trasera de la cámper. Es que el cristal se rompió hace bastante tiempo en Georgia, en una carretera que no era precisamente la alfombra roja de los viajes. Pero gracias a la pericia de Papi Edu y los esfuerzos de Tito Javi, ahora tengo un trono de peluche y confort y ya no hace tanto ruido ni viento. ¡Soy el rey de la carretera!
Después de arreglar la cámper nos dirigimos hacia el pueblo de Pamukkale. En el pueblo encontramos la guarida secreta de una familia que ofrece un "servicio de lavado deluxe". Sí, no es exactamente una lavandería, pero eso le da más glamour. La mujer y su hija, a pesar de sus heridas de guerra en una caída en moto, nos recibieron con una sonrisa y algo de vendaje. La hija incluso estaba haciendo carreras de silla de ruedas con su pierna rota, ¡una campeona! Dejamos dos bolsas con montañas de ropa sucia y nos prometieron que mañana por la mañana todo estaría tan limpio y doblado como un origami de ropa. Luego nos instalamos en la cámper para comer. Decidimos hacerlo en el aparcamiento cerca de la "lavandería", donde las vistas no eran demasiado impresionantes.
Ahora, dejadme iluminaros sobre Pamukkale e Hierápolis. Pamukkale es como un gigantesco spa natural en Turquía, con terrazas de travertino blanco que parecen sacadas de un anuncio de dentífrico. E Hierápolis es una antigua ciudad romana que alguna vez fue el epicentro del lujo romano. Ambos lugares son asombrosos, pero debido al calor abrasador que sentíamos hoy (¡35 grados en el termómetro y 100% en el medidor de sudor!), decidimos posponer la visita para mañana.
Finalmente nos mudamos a un lugar más chulo, en la cima de una colina, con vistas panorámicas de la montaña blanca de Pamukkale. Aquí, además, corre una brisita que nos hace sentir como celebridades con el pelo al viento (aunque solo fuese yo, porque a mi papi y mi tito les queda poco pelo en sus cabezas, jijiji). ¡Creo que hemos encontrado el Ritz-Carlton de las áreas de descanso!
Mañana toca madrugar para descubrir Pamukkale, quizás nadar en sus aguas termales y explorar Hierápolis. Aún no estoy seguro de si yo también podré unirme y si tendré la energía para una zambullida, ¡pero el suspense es parte de la diversión! Os seguiré informando con mi particular toque canino.
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